Vivimos contantemente reflejados
en los espejos ajenos. Es tanta la importancia que se concede a la opinión
pública que se piensa, se actúa y se vive pendiente de la mirada aprobatoria de
los demás.
Las redes sociales, de las que
los chicos de Zuckerberg son el mejor exponente, son prueba de ello. Hay tanto
narcisismo que el ciberespacio huele a tragapán.
Uno de los mejores exponentes de
esta “reflexomanía” es el señor Mas. Para sí mismo quiere ser el mártir del
siglo XXI de la causa, como Casanova lo fue en el XVIII.
Como aquél pretende tan sólo
recibir alguna herida, alguna laceración no demasiado grave para dar una imagen
doliente, abatida y resignada, antes de rendirse a la evidencia: Aunque lo
pretenda, Escocia no es Cataluña.
El secreto mejor
guardado del nacionalismo catalán es que Rafael Casanova, a cuya yaciente estatua se rinde
venerada pleitesía cada 11 de septiembre, no murió en la defensa de Barcelona. Después de resultar herido y rendirse
al mariscal francés duque de Berwick, se retiró a la casa de su hijo en San
Baudilio de Llobregat. Le fue ordenado que entregara el título de ciudadano
honrado con que le había agasajado el Archiduque Carlos de Austria en 1707, como
reconocimiento a la tenaz defensa que había realizado a sus pretensiones de ser
coronado Rey de TODA ESPAÑA. Casanova, una vez recuperado, fue amnistiado en
1719, regresó a Barcelona y volvió a ejercer como abogado hasta 1737, año en el
que se retiró definitivamente. Murió en 1743, en San Baudilio de Llobregat, el
2 de mayo, y fue enterrado en la iglesia parroquial de la localidad al día
siguiente.
Es cierto que los habitantes de
ambos pueblos tienen alguna fama, inmerecida por supuesto, de cierta tacañería;
pero la avaricia, incluso la avaricia exagerada, no es suficiente para
establecer un reflejo identificativo entre ambas poblaciones. A pesar de que en
ambos territorios hay en marcha un plan para conseguir la independencia, las
coincidencias no pasan de la mera anécdota.
De hecho, las diferencias
reales son mucho más importantes. Escocia ha sido un Reino
independiente, con sus propios monarcas y su propia casa real, cosa que no se
puede decir de su reflejo peninsular.
Escocia es una de las naciones
que constituye el Reino Unido; Cataluña ha sido una Diputación General del
Reino de Aragón, que reconoció como monarca a Carlos, nieto de Fernando II de Aragón,
su último rey. Carlos, que fue I en
España y V en Alemania, unificó los reinos de sus abuelos en un único trono.
Escocia fue un estado
independiente hasta 1707, fecha en la que se firmó el Acta de Unión con
Inglaterra, para crear el Reino Unido. La unión no supuso alteración
del sistema legal propio de Escocia, que desde entonces ha sido distinto del de
Gales, Inglaterra e Irlanda del Norte, por lo que es considerada en el derecho
internacional como una entidad jurídica distinta. Nada que ver con la patria
chica de Lluís Llach y Pep Guardiola. Además cuanta con una dinastía real en la
que, curiosamente, Cayetana de Alba es figura destacada.
El grado de autogobierno de
Escocia es muy inferior al de la actual Diputación General de Cataluña ya que
su parlamento no puede adoptar leyes ni normas sin la aprobación explícita del
parlamento británico, que, de hecho, sigue conservando la capacidad de
reformar, cambiar, ampliar o abolir el sistema de gobierno escocés a voluntad.
Obviamente, esta parte se omite en el “riguroso” paralelismo de “Scotaluña”
Escocia puede celebrar un referéndum
sobre su independencia porque es una nación que firmó un pacto de unificación
que ahora se pretende cuestionar. No ocurre lo mismo a este lado del espejo, ya
que no existen dos naciones, sino un único territorio común desde principios
del siglo XVI. Territorio que es la suma de diferentes reinos en una única
corona. Nunca existió el artificialmente pretendido “Reino de Catalunya”.
Y por último, pero no menos
importante, el referéndum en Escocia se celebra por acuerdo entre el Parlamento
Escocés y el Parlamento del Reino Unido. La pregunta formal de este referéndum
será: ¿Debería Escocia ser un país independiente? Sí o No. Nada que ver con la enrevesada fórmula
propuesta por los defensores del “masismo”.
En fin. Un cisne siempre será un cisne. Y un pato, siempre será un
pato. Palabra de Garza.