Los humanos son los reyes
del Mambo. Convencidos como están de ser la máxima expresión de la naturaleza, la
viva imagen del creador, olvidan deliberadamente las leyes de la misma y se
hacen normas “a la medida” de sus necesidades.
Las garzas no tenemos jueces
ni tribunales y nuestras pautas de conducta, similar a las sesudas leyes
sociales de los humanos son muy simples. No hagas a otra garza lo que no te
gustaría que te hiciera a ti. Respeta y serás respetado. Y si alguna garza más
hambrienta o con menos suerte en la búsqueda del sustento diario se pasa un
poco de zona, se tolera porque los humedales son grandes y hay comida de sobra.
El resto de los seres vivos
siguen pautas parecidas. Algunos humanos las estudian y han creado una ciencia
a la que llaman etología y que
enseña el comportamiento de las diferentes especies animales como modelo de
conducta para el hombre. Lamentablemente, salvo Konrad Lorenz, nadie más parece tomarse la etología en serio.
De este modo, mientras el
resto de las especies practican el sexo “por instinto” los humanos, como son
superiores, lo hacen “por placer”. Cuando, como consecuencia de un acto tan
natural cualquier hembra queda encinta, simplemente tiene sus gatitos o
perritos o pollitos o lo que sea que tenga que nacer. Los humanos son tan “racionales”
que en caso de embarazo considerado “no deseado”, establecen leyes para
permitir el aborto, en base a unos plazos y supuestos sabiamente determinados.
De este modo, si se da
alguna de las circunstancias que lo permiten y no se supera un plazo de semanas
determinado, abortar resulta legal y socialmente admisible. Pero al día
siguiente, una vez cumplido el plazo, es un delito monstruoso y se considera el
peor de los crímenes. Una madre asesinando a su retoño indefenso… ¡A dónde
vamos a llegar!
Qué curiosa es la especie
superior. Crían animales para comérselos, con exquisitas normas para que el
momento del traslado al matadero y el sacrificio en sí sean lo más “humanos”
posibles. Pero luego persiguen a lanzazos a un toro asustado por la campiña, hasta
matarlo, y lo llaman “cultura popular”,
“tradición” y nuestro “rico acervo”.
Sueltan en un ruedo sin
escape posible a otros toros a los que encierran previamente en chiqueros donde
son sometidos a todo tipo de torturas. Durante lo que denominan “tercio de varas” les clavan unas
enormes picas en el lomo para desangrarlos y doblegar su orgullo. En el de “banderillas” les dejan clavados seis
arpones que, en caso de soltarse, desgarran la carne del pobre animal
provocando el delirio en las gradas. Luego le clavan un estoque de acero de 88
centímetros que, si hay suerte, les causa una muerte rápida. En la mayoría de
las ocasiones no hay suerte (paradójicamente lo llaman “la suerte de matar”) y el estoque se clava tres o cuatro veces hasta
que recurren al descabello. Aquí suelen ser más certeros y el toro muere
generalmente al primer intento. Con el toro ya muerto, si el “matador” ha estado valiente a juicio
del respetable, se le premia con las orejas de su “enemigo” y, a veces, incluso con el rabo. Luego el maestro se pasea
por el redondel con sus trofeos mientras recibe el aplauso de “los entendidos”. A todo este proceso lo
llaman “arte”, “fiesta nacional”, “cultura taurina”
y “tauromaquia”, un palabro
grecolatino que significa “combate con el toro”. Curioso, cuando menos.
Esta crueldad gratuita está
socialmente admitida, incluso bien vista por autoproclamados defensores del “arte taurino”, intelectuales y grandes
pensadores o eso creen, como mi admirado F. S-D. De este modo no es de extrañar
que se organicen cacerías por el mero placer de matar a algún animal exótico, y
como demostración de falocracia.
Tiran piedras desde
pequeñitos a los patos, garzas y demás animales “a tiro”, sin la menor
reprimenda de sus padres, cuelgan galgos que ya no les sirven, ahogan camadas
de gatitos o cachorros de cualquier especie, pero total, si son capaces de
regular el exterminio de sus propios hijos no nacidos, qué no harán con los de
las demás razas inferiores.
Lo que no es muy
comprensible para esta garza es que disponiendo de un número indeterminado de
sistemas anticonceptivos, naturales, químicos, quirúrgicos y mecánicos como preservativos,
diafragmas, dius, ligaduras, vasectomías, píldoras del día después, cremas espermicidas, la muy
famosa y poco fiable “marcha atrás” y demás inventos
creados por su prodigiosa inteligencia, todavía ocurran embarazos “no deseados” cuya resolución pasa por
las denostadas y sucesivamente reformadas leyes del aborto. Y lo más gracioso
es que la mayoría de los que opinan que si sí o de que si no, son hombres.
¡Cómo si los hombres tuvieran que parir!
Con razón oí en cierta ocasión
a una mujer decir que si los hombres pariesen, hace tiempo que la humanidad
estaría extinguida.
A lo mejor es la solución y resulta que el creador se
parece más a una gacela que a un humano.