En biología y
citogenética, se denomina "cromosoma" a cada una de las estructuras altamente
organizadas, formadas por ADN y proteínas, que contiene la mayor parte de la
información genética de un ser vivo.
Como es sabido, cada célula de lo
que pomposamente hemos llamado “Homo Sapiens” (en latín: Hombre Sabio)
dispone de 23 pares de cromosomas. Uno de ellos contiene los factores que
identifican el sexo, siendo “X-X” para el femenino y “X-Y” para el masculino. La
excepción son los gametos, las células reproductivas que contiene la
información genética: cada espermatozoide y cada óvulo sólo disponen de uno de los dos factores.
La determinación se produce en el
mismo momento en el que un óvulo, que tiene siempre el valor X, es fecundado
por un espermatozoide, que sólo puede ser X o Y. Como consecuencia, si el óvulo adquiere el
doble valor “X-X”, el bebé nacerá niña, siendo un niño para el caso de que su
cromosoma contenga “X-Y”.
Esta identidad se mantiene
inmutable e invariable en el tiempo, con independencia de la forma exterior de
los genitales y de las transformaciones u operaciones que hayan podido afectar
a estos órganos.
Pero una cosa es el sexo y otra
la orientación e inclinación sexual, cosa conocida y reconocida desde hace miles de años.
De modo que hay cromosomas “X-X”
que se sienten más atraídos por ese mismo grupo de cromosomas, al igual que existen
identidades “X-Y” que hacen lo propio con sus afines. Obviamente, hay quienes
alternan sus preferencias indistintamente entre ambos grupos de cromosomas
cuando les place.
A estas relaciones se las podría
denominar “Homocromosomáticas”, dado que se producen entre individuos de
cromosomas iguales. (En este caso, el prefijo “HOMO” se refiere a la palabra
griega que significa “IGUAL”)
La naturaleza ha dado a los seres
vivos dos únicos mandatos: sobrevivir y perpetuarse.
Estas normas las siguen tanto el
reino vegetal como el animal. Todas las especies necesitan del concurso de sus
componentes masculino y femenino para cumplirlas. Es cierto que hay animales y
plantas hermafroditas, como las que tienen los órganos masculinos (estambres) y
femeninos (pistilos) dentro de la misma flor (el tomate o el pimiento, por
ejemplo). También hay animales que disponen de ambos gametos y que fecundan los
femeninos con los masculinos, como ocurre con el caracol, las lombrices,
algunas ranas y el 2% de los peces.
Del Homo Sapiens no se
conoce ningún caso de hermafrodistismo, es decir, de la capacidad de que el
mismo individuo pueda fecundar y ser fecundado, si bien hay suficientes
ejemplos (como el de Guadalupe Vargas en México, 1889), que presentan los
signos externos de ambos sexos, pero que no disponen de ambos gametos, por lo que
no pueden auto fecundarse.
No obstante, el sexo de cada
individuo lo forman, en su conjunto, tanto las formas externas como las
internas. Hoy es posible, mediante cirugía, dar una nueva apariencia a los
genitales, pero no se pueden sustituir los ovarios, trompas de Falopio, útero y
matriz por próstata, testículos y glande… o al revés.
Hablar de cambio de sexo con
tanta frivolidad no es adecuado. El sexo no se permuta nunca, aunque se varíe
la orientación sexual, se bifurque o se diluya. Dentro de mil años, si alguien
realizase un examen del ADN de los restos de cualquier persona sometida a
intervenciones y tratamientos para modificar la apariencia externa de sy sexo, su
cromosoma no sabrá decir si le gustaba más la paella que el cocido; el Sevilla
o el Betis; la Biblia o el Corán; los hombres, las mujeres, los transexuales,
bisexuales o asexuales… pero sí dirá que fue una persona “X-X” o “X-Y”.
Es la dualidad del cromosoma.