La noche de San Silvestre, como
nos recordaba Mecano, es uno de los
momentos del año en el que nos bombardeamos con buenos propósitos, nobles
intenciones y ponderados balances sobre lo que llevamos conseguido hasta ahora
respecto a lo que ambicionábamos conseguir. Es frustrante, aunque no lo
suficiente como para evitar que repitamos el mismo ritual, “ante el reloj de antaño, como de año en año,
cinco minutos antes de la cuenta atrás”.
A nuestras ilusiones, quimeras,
voluntades y aspiraciones los expertos lo denominan “Proyecto Personal”. Los más
avispados, para suavizar la decepción que se acumula por su previsible falta de
concreción, los denominan “sueños”. Ya se sabe: Un “sueño” es una situación
ideal en la que cada persona permanece atrapada esperando que el despertar del
mismo nos traiga milagrosamente la solución de nuestros problemas.
La R.A.E., mucho más “realista”, lo
describe con las siguientes acepciones:
Sueño. (Del lat. somnus).
2.
m. Acto de representarse en la fantasía de
alguien, mientras duerme, sucesos o imágenes.
3.
m. Estos mismos sucesos o imágenes que se
representan.
4.
m. Gana o deseo de dormir.
Tengo sueño. Me
estoy cayendo de sueño.
5.
m. Cierto baile licencioso del siglo XVIII.
6.
m.
Cosa que carece de realidad o fundamento, y,
en especial, proyecto, deseo, esperanza sin probabilidad de realizarse.
Por lo expresado en el punto 6,
cuando expresamos nuestras aspiraciones con el único soporte del factor suerte,
nos suelen tildar de “soñadores”. En el mundo real y, sobre todo, en el mundo
corporativo, no se puede confiar exclusivamente en la suerte.
Y no es que no
exista, dado que con frecuencia vemos a nuestro alrededor manifestaciones de su
aleatoria presencia; es que es extremadamente difícil de atraer. Thomas
Jefferson, el tercer presidente de los Estados Unidos, decía que creía mucho en
la suerte, tanto que había comprobado que, cuanto más y mejor trabajaba, más
suerte tenía.
No conozco a nadie que haya
cumplido “su sueño” sentado bajo las buganvillas. Por lo general, las personas
que lo consiguen lo hacen a base de esfuerzo, trabajo, correcciones y
sacrificio.
Claro que, para poder alcanzar un
objetivo, éste debe ser realista; estar al alcance de nuestros recursos; ser medible y cuantificable; gozar
de una esmerada planificación y una persecución sistemática, metódica y
flexible; disponer de los medios y el tiempo necesario para su realización. Aun
así, muchos objetivos no se cumplen. En esos casos hay que analizar
desapasionadamente lo sucedido a efectos de corregir y remediar lo que no
funcionó para establecer un nuevo diseño. Y volver a empezar.
Sueña, fragua, maquina, imagina y
especula todo lo que quieras, por supuesto, pero muévete para conseguirlo.
Cuando un proyecto se
materializa, es porque era un OBJETIVO.
Cuando no es así, es porque, quizá, se trataba solamente de una utopía onírica,