jueves, 27 de febrero de 2014

ALCOBAÇA



Llueve como siempre llueve en Alcobaça. Llueve tan suavemente que sientes que te mojas, aunque no ves la lluvia. Llueve desde dentro del alma.

El rey don Pedro supervisa personalmente el estado de las obras de la que será la última morada de su reina, la esposa, la compañera, la confidente, la amante, la amiga…

La nave central del altar mayor del monasterio de los monjes del Císter, la Abadía de Santa María, acogerá, por propia decisión del rey justiciero, dos tumbas enfrentadas. La otra se la reserva para él mismo. Quiere, y así lo va dejar dispuesto, que lo primero que vean sus ojos en el despertar del juicio final sea el rostro de la luz de su alma.

Llueve con una cadencia eterna, suave. Más que lluvia parecen que  las lágrimas de una legión infinita de ángeles se desbordan, incontenibles, sobre el doliente reino.

Mientras observa el trabajo de los canteros, que hábilmente van dando forma al que será el túmulo funerario de Inés de Castro, recuerda una y otra vez el día en que conoció a la que pronto va a descansar al lado del altar mayor.

Aunque no lo desea, no puede evitar pensar en el fatídico 7 de enero en el que, al regresar de una cacería, encontró a Inés degollada rodeada de sus tres hijos. Las mismas lágrimas de ellos, las del rey, las de los ángeles, las de la lluvia.

“Hasta el fin del mundo y más allá” fue su divisa. Inició una desesperada contienda contra su propio padre, el rey Alfonso IV, que conmocionó a todo el reino. Todo en vano. Para cuando su propia madre, la reina, intercedió entre ambos para evitar desangrar al país, los ejecutores habían huido.

Habían pedido refugio y protección en el vecino reino, donde fueron acogidos por su propio sobrino, el rey Pedro de Castilla. La diplomacia consiguió que los fugitivos fueran entregados a la justicia portuguesa, a cambio de otros prófugos reclamados por los castellanos.

Excepto a Diego Lópes Pacheco, que consiguió huir, a  Alonso Gonçálvez y Pedro Coelho les hizo arrancar el corazón. Este acto no le devolvió la vida de su amor eterno, pero se sintió mucho mejor.

Llueve tormentosamente en el corazón de don Pedro. Una lluvia feroz. Gotas de sangre caen con furia tiñendo de pasión sus sentidos. “Inés, mi amada, mi vida. Ellos no tuvieron compasión contigo ¿Por qué habría de tenerla yo?”

Medio loco de amor, ante la insinuación de que Portugal se habría librado de tener a Inés en el trono, hizo que coronaran su cadáver y exigió juramento de lealtad a sus restos y que fuera reconocida y aceptada como reina por toda la nobleza, por todas las gentes, por todo el orbe…. Hasta el fin del mundo y más allá.

Su hija Beatriz, la que tanto le recuerda a su dulce esposa, le ve sufrir en silencio. Era la mayor y la que más dolor soportó viendo degollar a la madre. Heredera de su carácter protegió a sus hermanos, Juan y Dionisio, y les confortó hasta la llegada de su padre. Una mano suave se posa sobre su brazo, apenas el aletear de una libélula. 

 -  Padre mío, venid. El maestro cantero quiere que veáis el trabajo concluido. 

 

Juntos recorren la imponente nave hasta el altar mayor. Algunos nobles portugueses están presentes alrededor de la estatua coronada que representa a la mujer que, excepto su propia madre, era para don Pedro todo lo que una mujer puede ser para un hombre. La Inés consejera le pediría que no llorase delante de sus súbditos. No es propio de un rey. 




Él sólo se considera un hombre que lo ha perdido todo y ante la magnífica estatua de mármol blanco, cae de rodillas y rompe a llorar. Llora sin consuelo, como un niño, como un hombre enamorado.

Beatriz también mira la efigie de su madre. El parecido es tal que ninguno de los presentes que la conocieron puede evitar un sollozo incontrolable. Llueve dentro y fuera de la Abadía.
Juan y Dionisio se colocan junto a ellos. No pueden ver a su padre llorar. No quieren ver a su padre llorar, pero no hacen ni dicen nada. Un rey puede y debe llorar si es necesario. Y ahora lo es.

Su hijo mayor, Fernando, habido con doña Constanza, acaba de llegar y abraza a su padre. No hablan, pero en ese abrazo está el discurso más elocuente que dos seres pueden pronunciar.

Mañana serán solemnemente enterrados los restos de la reina muerta de Portugal en el Monasterio de Alcobaça. Descansarán por fin en un lugar seguro, a salvo de insidias, celos, traiciones y conjuras. 

-  Nada podrán quitarte ya, alma mía. Y nunca podrán quitarnos nuestro amor. Descansa en paz, reina de mi ser. Este humilde siervo tuyo no tardará en hacerte compañía, donde quiera que estés.

Sus hijos le miran asustados. 

      -    Padre, no digáis eso – le ruegan -. Vuestros hijos os necesitan. Portugal os necesita. La memoria de Inés os necesita.

Estas palabras, pronunciadas por Fernando, el hijo de la princesa muerta de celos, según se rumorea, son las que más aprecia. Al fin y al cabo, de los hijos de Inés no le sorprenderían, pero en boca del hijo de la rival de ésta, son de mucho más valor.

Llueve en el alma del atormentado rey. Hace balance de los últimos 10 años, y recrea los momentos más importantes vividos en una década. Su boda con doña Constanza, con la que casó por poderes sin conocerla; el día que descubrió a una diosa que decía ser la dama de compañía de la Infanta consorte; la abrasadora llama que los envolvió en un fogonazo cegador, nublando su razón y sus sentidos; el destierro de Inés a petición de la reina madre; las cartas que se enviaban; la muerte de Constanza que le trajo a Inés de vuelta a sus brazos, más no a su corazón, porque nunca se había ido…Siete años más de felicidad, cerca de Coímbra, en la Quinta das Lágrimas y el malhadado día en que dejó a Inés a merced de sus verdugos.

      -   Aunque viva mil años nunca podré olvidar estos diez – se dijo en voz baja.

     -  Padre – continuó el infante Fernando –, no parece que la lluvia nos quiera abandonar hoy. Si os parece podríamos pernoctar en el cercano castillo de Alcobaça. 

 -   Es una buena idea, más no para mí. Hoy me quedaré en las dependencias de la abadía. No voy a separarme de ella en este trance. Mañana, cuando toda la ceremonia haya concluido, regresaré a Lisboa.

Saben que el rey no va a ceder en su idea y no insisten. De modo que los tres hijos de Inés acuerdan con su medio hermano, Fernando, que se quedarán en Santa María, al lado de su padre. Al lado del rey.

En el exterior, el majestuoso espacio frente a la primera fachada gótica construida en Portugal se está empezando a desbordar por la llovizna. La inmensa plaza refleja el incesante llanto celeste, donde las etéreas y livianas gotas de lluvia se depositan blandamente en el suelo sin estremecer la superficie del agua acumulada. Es como si lloviese desde el interior de la tierra porque le han robado los restos de doña Inés. Como estar rodeado de lluvia, que no sientes, pero que te moja igualmente. Como un rocío que emerge directamente del suelo.

Llueve como siempre llueve cuando la tormenta ocurre dentro del corazón.

martes, 11 de febrero de 2014

DON GIL Y SUS POLLAS



Casi todos los extranjeros estudiantes de español coinciden en tres cosas: El 99% de las palabras se pronuncian tal como se escriben, tenemos demasiadas palabras que significan lo mismo (sinónimos) y muchas palabras con diferentes significados (acepciones, eufemismos, etc.)

Una de ellas es la simpática y castiza expresión de GILIPOLLAS.

Aunque se emplea comúnmente en sentido peyorativo, como el primer insulto que nos viene a la boca, otras muchas se utiliza con cariño, incluso con ciertos ribetes de bonhomía, para destacar, según la RAE, la afabilidad, sencillez, bondad y honradez en el carácter y en el comportamiento de la persona a quien se lo dedicamos. “Dejo la política, porque si eres honrado, en lugar de honesto te llaman gilipollas”. Julio Anguita.

El origen de esta palabra tiene muchos estudios detrás y muchas conclusiones distintas que no tienen por qué ser excluyentes. La que más le cuadra al gilipollas  de la capital de los reinos de España es la que hace referencia a uno de los alcaldes más vanidosos y derrochones de su historia: Don Gil Imón. (Alberto es harina de otro costal, como más gallardo)

Don Gil paseaba con sus hijas Fabiana y Feliciana haciendo toda la ostentosa pompa que su cargo le permitía. Asistían a fiestas y saraos, paseaban, se dejaban ver. Ante su presencia la gente solía comentar: Ahí van Gil y sus pollas. Dado el carácter ahorrador del madrileño, al menos en cuanto a palabras se refiere, se quedó con “Gil y pollas”. Sabido es que la Casa de Campo es Casacampo o que la calle del Doctor Federico Rubio y Galí es, llanamente, Federico Rubio 

Todo aquél que se pavoneaba y hacia pública ostentación de sus bienes o fortuna, hacía el “Gil y pollas”. Por ahí va el conde de Tierras Altas haciendo el gilipollas.

Paralelamente, cuando algún varón da inequívocas señales de razonar más con su miembro viril que con su vacía cabeza, en todas las regiones de los reinos hispanos se le llama tontos-del-pene, sustituyendo pene por la expresión coloquial típica de la zona: Tontoelpijo, bobochorra, tolo do carallo, tontolbolo, etc., etc.. Y, por supuesto, tontolapolla.

Otro eufemismo de tonto es el vocablo “gil”, que procede de “gilí” (Del caló jili, inocente, cándido, derivado de jil, fresco. DRAE). Esta palabra se emplea coloquialmente como tonto, lelo, bobo…Tanto como adjetivo como sustantivo. Por eso se considera que la palabra gilipollas podría ser sinónimo de tontolapolla, sin la “s” final. Algo así como la versión moderna de gilipicha o gilipichi, donde picha o pichi serían sinónimos de pene.

Volviendo a nuestro presuntuoso alcalde, hacer el “Gilipollas”, dadas las escasas o nulas virtudes físicas o espirituales que adornaban a sus pollas o hijas casaderas, se convirtió en el término despectivo más utilizado por los guasones de la villa y corte. Los pollos, jóvenes en busca de esposa, no encontraban atractivas a las pollas de Gil Imón. De este modo, entre tanta estulticia, el buen pueblo de Madrid siempre dado a la chanza y al pitorreo ajeno, no tardó en asociar lo pretencioso y bobalicón con la familia de Gil y sus pollas: Este es como gilipollas… (Como Gil y sus pollas)

Para comprobar hasta qué punto ha calado esta acepción en el noble pueblo madrileño, el pasado sábado me dirigí al centro. Entonces pude comprobar que tenemos un pobre concepto de nosotros mismos. O nos conocemos muy bien. Grité “Gilipollas” en plena Puerta del Sol y se volvieron cincuenta y tres personas.




domingo, 9 de febrero de 2014

EL SINDROME DEL “AJO ESPURRIAO”


El infatigable montañero, gran amante de los parajes agrestes y poco transitados, se hallaba recorriendo los intrincados rincones de los Montes de León.

Con su GPS de última generación, con rastreo por tres satélites IberSat, dos HispaSat y un TelStar, no existía ninguna probabilidad de que se pudiera perder. El puntito itinerante que indicaba su posición le situaba cerca de poblaciones con nombres sonoros, rotundos y bellos: Camplogo, Busdongo, Flor de Acebos… (En realidad, los satélites pasaban de él. Sólo detectaban su sofisticado equipo)

Maldijo un poco su mala suerte cuando, al ir a sortear un encrespado torrente, resbaló y su preciada mochila, que indolentemente llevaba colgada de un solo hombro, se le escapó aguas abajo. Imposible recuperarla, tal era la fuerza de la impetuosa corriente.

Ello no mermó ni un ápice la intrepidez de su aventurero talante y prosiguió su marcha más ligero de equipaje. Por fortuna su preciado localizador no había sufrido daños más allá de un ligero raspón que apenas se apreciaba. Su comida y pertrechos de supervivencia y aseo se habían ido con la corriente, pero conservaba su bastón de gallardo excursionista, sus tarjetas Visa, su monedero, su maravilla tecnológica y su no mal poblada billetera. Poco después apreció que también conservaba un hambre lobuna.

Flor de Acebos quedaba montaña abajo, hacia Pajares. Busdongo y Camplongo le quedaban más cerca, aunque con un ligero desnivel que su prodigio electrónico estimó en 213 metros, y a una distancia en línea recta de 8,640 Km. Menos de dos horas, para un esforzado espíritu de montañero como el suyo.

A las tres horas, medio muerto de hambre, entraba en la solitaria población. Comprobó que en la calle principal y aledañas no existía ningún restaurante, alquería, venta, mesón, fonda o como quiera que se denomine en los Montes de León un sitio en el que se sirvan comidas a los esforzados viajeros. Nada.
Su necesidad de alimento le hizo tragar el natural orgullo de los de su especie y resolvió preguntar a uno de los vecinos del lugar que contemplaban sus idas y venidas como el mayor suceso ocurrido en el pueblo en muchos años.

      -        Buenas tardes. Dígame, buen hombre ¿Dónde puede comer un caminante es este hermoso pueblo?
       -        Aquí no tenemos restauranes ni de eso.
       -     Alguna máquina de Vending… de esas que pones unas monedas y te dan un refresco o bocadillos.
       -        No señor, de . Pero sí que puede que la Macaria le ponga algo de comer.
       -        ¿La Macaria dice usted?
       -        Sí señor. La Macaria. Es esa casa de allí, la que tiene el corral con la puerta verde.

El hambriento explorador le dio las gracias y unos segundos después golpeaba con firmeza la puerta de la casa donde calmaría su cada más punzante apetito.
     -        Pasa, hijo, pasa – dijo Macaria -  Hoy te puedo poner unas sopitas de ajo y un chuletón de buey ¿Te apetece?
      -        Claro que sí, Macaria. Hasta me podría comer todo el costillar del buey.
Macaria le indicó su espacio a la mesa mientras preparaba lo necesario. Abrió un humeante puchero y comenzó a servir la sopa en un plato hondo.
      -        ¿Hijo, cómo quieres el ajo, machacao o espurriao?
Esa pregunta le cogió desprevenido. No sabía exactamente qué era eso de “espurriao”, pero el ajo machacado lo conocía perfectamente y no le gustaba demasiado.
      -        Espurriado – contestó enfatizando el vocablo en la forma que consideraba correcta.
      -        Muy bien hijo.

Seguidamente el colmado plato de sopa de pan con cebolla frita y una cabeza de ajo de regular tamaño estaba sobre la mesa. Macaria recuperó el ajo y se lo metió en la boca, con la ayuda de una cuchara de madera de boj, ignorando la mirada de estupor de su desnutrido cliente.

Después de jugar al ping-pong con la liliácea, tomó el plato y escupió sobre él el contenido de su boca. Lo removió cuidadosamente con su cuchara de palo y lo volvió a colocar frente al desconcertado trotamundos.

La verdad es que se lo comió con un par… de arcadas, pero no dejó nada. Como por arte de encantamiento la sopa de ajo espurriao le había saciado por completo y ya no se sentía con ánimos de atacar al chuletón de buey.

Pidió la cuenta y salió. En la calle se habían dado cita una veintena de vecinos. Nuestro héroe se dirigió a ellos con naturalidad.
      -        Una pregunta… ¿El mejor camino para ir a Lena?
      -        Ahí detrás. La N-630 pasa por el otro lado de la cuesta. El autobús que va a Lena pasa cada hora. Si se da prisa lo puede coger, que estará al llegar.

Una vez acomodado en su plaza se prometió que jamás volvería a dar nada por supuesto, que preguntaría cualquier tema o concepto que no entendiera y que lo haría tantas veces como fuera necesario.

Sólo entonces comprendió una de las frases favoritas de su padre.
      -        Alfonsito, pregunta. Es preferible pasar por tonto cinco segundos que servir de hazmerreir toda la vida.

Al menos, él ya estaba vacunado contra el “síndrome del ajo espurriao

Espurriar.
(Quizá del lat. aspergĕre).
1. tr. Rociar con un líquido expelido por la boca.
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sábado, 1 de febrero de 2014

EL DERECHO A VIVIR



Ilustres consejeros, he aquí mis conclusiones sobre el informe que han tenido a bien encargarme.

Como saben, en uno de los brazos de nuestra galaxia hay una estrella en cuyo tercer planeta descubrimos, hace ya casi dos millones de años, un inmenso potencial para la vida.

Después de crear las condiciones objetivas para el desarrollo de su especie más adaptada nos retiramos discretamente para dejar que progresaran por sus propios medios, de acuerdo con el principio universal de libre albedrio.

Hace unos dos mil quinientos ciclos floreció una civilización en la que destacaba el amor por el arte y la cultura y los principios de ciertas formas de gobierno  que perduran en la actualidad

Una de las naciones de este no tan lejano planeta se rige por unos gobernantes elegidos por sufragio. Este gobierno defiende el sagrado derecho a la vida, ley cósmica de alcance infinito, como bien saben los esclarecidos miembros de este consejo.

Consideran que su poder emana de cierta clase de espíritu superior que les guía y ordena las disposiciones y normas que promulgan para el mayor bien de la sociedad que gobiernan.

De este modo, imbuidos de esas atribuciones sacrosantas, legislan sobre la moral y no sobre la justicia y establecen como prohibido que  la parte de la especie que posee las funciones de gestación y parto pueda decidir sobre sobre cuando gestar y cuando parir.

Aducen para ello el inalienable e indiscutible derecho a la vida, ley universal que establece que toda forma o manifestación de vida tiene derecho a existir.

Sorprendentemente no dudan en sacrificar para su placer y su deleite a otras formas de vida, consideradas menores, en una especie de circo en el que son torturadas y asesinadas en medio del delirio de los asistentes.

Abogan, como digo,  el eterno y divino derecho de las células vivas para desarrollarse y convertirse en individuos de su especie recién nacidos. Pero nada más.

Se considera como una falta de moralidad interrumpir la concepción, Para ello aducen argumentos emitidos y avalados por los hechiceros y nigromantes que dicen estar en contacto con el espíritu superior, pero que son gente que carece de las funciones fisiológicas para concebir, gestar o parir y que, por lo tanto, hablan sin conocimiento de causa.

Su falta de coherencia les lleva a defender beligerantemente a quien no es, pero se olvidan por completo de garantizar la supervivencia de los que si son.

En efecto, una vez que llega el recién nacido, los grupos pro vida ya no consideran necesario ayudar a la madre y al bebé, que son abandonados a su suerte. A partir de aquí es responsabilidad de los progenitores conseguir un crecimiento saludable del nuevo ser.

En definitiva se pone mucho énfasis en el derecho a ser, pero ninguno o muy pocos en el derecho a vivir, sobrevivir, crecer y desarrollarse de forma adecuada para el individuo y, por extensión, para la sociedad.

Por todo ello, distinguidos consejeros, mi recomendación es que destaquemos a nuestros mejores agentes siderales para que se desplacen al planeta Tierra, a la nación conocida como España y retiren discretamente del poder a sus actuales gobernantes.

Gracias, eminentes consejeros.