Cuando Oscar Wilde publicó DE
PROFUNDIS, muchas de esas personas que se atribuyen el privilegio de
decidir lo que está bien o lo que está mal, le acusaron de llorón vengativo.
Reprochaban con acidez que
desnudara su alma para describir, desde el corazón y las entrañas, el profundo
dolor que le producía el caprichoso comportamiento de su amigo lord Alfred Douglas Bosie.
En esta obra epistolar, el
poeta dublinés muestra la cruda amargura que la cobardía de su antiguo amigo le
produce y le reprocha, entre otras cosas, su obsesión por el dinero y su
hedonismo.
Hubo autores, como Rubén Darío, que le tuvieron siempre en
alta estima. No obstante, la sociedad inglesa que antes le aplaudía sus
excentricidades en el vestir y sus críticas a la moral victoriana, le dieron la
espalda.

Oscar Wilde era conocido por ser dramaturgo, poeta, socialista y
homosexual en un país en el que sus habitantes presumían de TOLERANTES, además
de cultos y educados. La doble moral de
la Inglaterra victoriana se cobró con creces los irónicos ataques del
dramaturgo, las singularidades del poeta, las diatribas del socialista y la diversidad del homosexual.
Esa
sociedad tan tolerante fue la
responsable de su quiebra financiera, ya que las librerías dejaron de vender
sus libros; se hizo el boicot a los teatros en los que se representaban sus
comedias y los comerciantes a quienes debía dinero, por poco que fuese, le
demandaron inmisericordemente.
Las
personas “tolerantes” deberían serlo por respetar las ideas, creencias o prácticas de los demás aunque sean contrarias a las propias. Lamentablemente, esa supuesta “tolerancia”
no es más que un estrecho margen o límite (las llamadas
modernamente “líneas rojas”) que se consiente a los demás en su comportamiento personal y forma de vida.
El respeto es otra cosa. No
tiene franjas, ni fronteras, ni rangos ni puntos de no retorno. El respeto es admitir
el derecho de cada cual a ser como es y derecho de ser aceptado por los demás
tal como cada persona es.
¿Respeto o tolerancia?