lunes, 21 de septiembre de 2015

LEY DEL MÍNIMO ESFUERZO

El símbolo regio por excelencia en la heráldica es el león. A su imponente figura y su porte distinguido se unen la bravura, la fuerza y la potencia que los personajes que usan su imagen quisieran poseer.

No obstante, el león posee otra cualidad que le hace más atractivo, si cabe, a los ojos de sus fieles seguidores: Mientras descansa plácidamente en su territorio particular las leonas se organizan para proveer los alimentos.


Porque son las leonas, y no los leones, las que cazan en grupo. Con una eficaz y eficiente economía de medios estudian las características de sus víctimas y  seleccionan a las presas más débiles, las que podrán someter con más facilidad, de acuerdo con la “Ley del mínimo esfuerzo”. Claro que a veces se confunden en la apreciación de la aparente debilidad de la pieza y reciben un severo correctivo, lo que les lleva a renunciar a su captura para tratar de encontrar otra opción más asequible. A veces.


En la vida del mamífero placentario superior ocurre algo similar. Tanto en la infancia, inocentes criaturas que actúan sin maldad ni rencor, solamente movidos por el afán de divertirse a costa de humillar a sus semejantes y destacar ante los demás, bajo la premisa de elegir a las presas más débiles, aquellas que consideran que podrán escarnecer con mayor facilidad, conforme a la “Ley del mínimo esfuerzo”. Hay ocasiones, pocas, en las que confunden la buena disposición con un carácter frágil y suelen salir trasquilados. En ocasiones.

En la edad adulta se sigue presentando este tendencia; pero ya sin la inocencia y la ausencia de maldad o rencor, sino más bien movidos por la necesidad de escarnecer a las personas de su entorno, siempre de acuerdo con los principios de escoger a aquellos sujetos que consideran más adecuados para dirigirles sus puyas en la confianza de que no intentarán defenderse, respetando escrupulosamente la “Ley del mínimo esfuerzo”. Claro que de vez en cuando, la aparente vulnerabilidad de la supuesta torturada se revela de acero templado y las lanzas se vuelven cañas. De vez en cuando.

Recuerdo que, siendo niño, tuve dos problemas de este tipo: Uno por mi apellido, con lo que la “originalidad” consistía en oír al listo de turno eso tan ingenioso de “Arribas y Abajos”. El otro por mi temprana miopía, lo que inevitablemente derivaba en “Cuatro Ojos”.

Debo reconocer que ambas situaciones me irritaban bastante, hasta el punto de que, en cierta ocasión, mi padre descubrió la huella que una triste lágrima había dejado en mi mejilla. Me interrogó directamente por el motivo de mi pasado llanto y cuando le expliqué que se burlaban de mi apellido simplemente me dijo: No te achantes, chaval. Responde lo que sea, lo primero que se te ocurra, pero no te achantes. Si lo haces no te los quitarás de encima jamás. Jamás

Yo me defendí diciendo que empezaba uno y los demás le seguían. No hay problema, me dijo. Cuando le pares los pies al primero los demás le dejarán solo. Por la “Ley del mínimo esfuerzo” buscarán a otro con quien meterse y te dejaran en paz. Los críos tienen un concepto de la solidaridad muy perverso, que les hace aliarse con quien parece llevar la voz cantante para no ser blanco de sus ataques.

Confieso que de la última frase no entendí prácticamente nada, excepto que tenía que dejar claro que yo no era la presa más débil.

A la mañana siguiente el primero que me llamó “Cuatro ojos” recibió un “¡Come rastrojos!” como respuesta. No se lo esperaba, de modo que se desconcertó y no insistió. En el recreo otro reiteró la alusión visual y se llevó la misma réplica. Al salir por la tarde un “Arribas y abajos” obtuvo por mi parte un misterioso “Lo tengo debajo”, vaga alusión a algo que los más gallitos podrían interpretar como referido a sus virtudes de aprendiz de macho.

Lo cierto es que funcionó y nadie me volvió a molestar. Ni que decir tiene que los soberbios buscaron otras figuras en las que proyectar sus complejos de superioridad, perfectamente orquestados por los perversos solidarios, como los definiría mi padre.


Hoy no sólo no me callo ante cualquier ataque hacia mi persona, aunque sea en tono jocoso y no de burla, si no que intento impedir que se trate de denigrar a otras personas en mi presencia. Siempre.

martes, 8 de septiembre de 2015

LA CULTURA NO ES TORTURA.


Que nadie se escandalice que la cosa no va sobre la Inquisición, la Gestapo, la CIA, ni la KGB. Y no, tampoco va de toros. Simplemente va de CULTURA, esa palabra que, cuando aparece en los medios, suele ser vista como sinónimo de tedio extremo, aburrimiento mortal y tormento insoportable.

Un espacio cultural en cualquier cadena de televisión se asocia a uno o varios profesionales de la pedantería que bombardean al espectador con su palabrería ininteligible y con sus elevadísimos análisis sobre el significado de lo intranscendente.

En los medios gráficos se consideran inevitables páginas de relleno, cuando son diarios, y un suplemento “culto” en el caso de los periódicos. Pero muy pocas personas los leen.

En las emisoras de radio se relegan a horas intempestivas, fuera de toda lógica, y con un formato similar en presunción, jactancia y suficiencia que en la televisión.

Y lo más curioso es que un pueblo culto difícilmente es manipulable, razón por la que parece que todo lo anterior se justifica. Que no se diga que no abordamos la cultura, pero dentro de un orden y a horas relativamente inocuas para que la sed de la ilustración y el conocimiento siga vigente.

Circula por twitter un mensaje de @GramaticaReal que asegura que “el peor enemigo de un gobierno corrupto es un pueblo culto”. Si damos por cierta esta afirmación, en España, como en otros países, el gobierno no tienen enemigos. El descabezado Robespierre, al que apodaron “el incorruptible”, sostenía que “El secreto de la LIBERTAD consiste en educar a las personas, mientras que el secreto de la TIRANÍA radica en mantenerlas en la ignorancia

Algunos espacios culturales están específicamente diseñados para aburrir, es cierto; pero hay mucha oferta cultural que no se aprecia ni se valora, que existen de un modo transparente, casi clandestino, y que no consigue enganchar “a la audiencia”. Es una triste realidad que hay quien presume de no haber leído un libro en su vida, como si fuera una hazaña sobrenatural. Lo triste es que encuentran siempre alguien que les ríe la supuesta gracia.

Para André Malraux, la cultura es la suma de todas las formas de arte, de amor y de pensamiento, que, en el curso de los siglos, han permitido al hombre estar menos esclavizado. Y sin embargo se ve (la vemos) como una forma de tortura psicológica de la que es mejor alejarse lo más rápidamente posible.

Y lo cierto es que, en efecto, LA CULTURA NO ES TORTURA. Así lo afirmaba Mercedes Sosa: “La cultura es lo único que puede salvar a un pueblo, lo único, porque la cultura permite ver la miseria y combatirla. La cultura permite distinguir lo que hay que cambiar y lo que se debe dejar, como la bondad de la gente, el compartir una empanada, un vino...”
Porque, en efecto, hay cultura en una excelsa composición de ópera; en una partitura prodigiosa; en un libro que emociona y cautiva; en una escultura moderna o clásica; en una pintura flamenca, impresionista o cubista; … y en un vaso de vino o un café compartido.

En realidad, ¿Qué valor tiene toda la cultura cuando la experiencia no nos conecta con ella? (Walter Benjamin).

Se empieza a echar en falta un espacio cultural asequible, ameno, cercano, que sepa conectar con el público y que se emita antes de las tres de la madrugada. Algo que exprese con toda rotundidad que LA CULTURA NO ES TORTURA.