En los años 70 del pasado
siglo se nos vendía la idea de que las empresas japonesas eran tan eficientes
porque disponían de las llamadas SALAS DE CATARSIS.
Nos podíamos imaginar a la
empresa HONDA o TOYOTA provistas de salas subterráneas insonorizadas en cuyas
paredes colgaban fotografías a gran tamaño de sus principales directivos.
Cuando un empleado sentía rabia por un tratamiento inmerecido o injusto, se
dirigía a la sala de catarsis y golpeaba, lanzaba objetos, increpaba, reprendía
y regañaba al responsable de su malestar personal. Tras esta purga o purificación
(Katarsis, en griego), el agravio había desaparecido y todo volvía a ser
placentero y lleno de Zen.
Sabido es que los japoneses
son uno de los pueblos más civilizados y cívicos del planeta, tal como
demostraron con su comportamiento ejemplar tras el devastador tsunami de marzo
de 2011. De modo que antes de una confrontación en caliente en la que siempre
se dicen y hacen cosas de forma precipitada, se purifican y siguen a lo suyo.
Admirable.
Aristóteles atribuía a las tragedias
griegas la función de generar una catarsis colectiva entre los espectadores,
que verían en la historia que se teatralizaba una forma de redimir o purificar
sus propias malas acciones proyectadas en los personajes, observando el
inevitable y merecido castigo que se les infligía, pero sin experimentarlo en
ellos mismos. Se podía decir que se quitaban un peso de encima.
La R.A.E de la lengua define
el término con cinco acepciones:
1. f. Entre los antiguos
griegos, purificación ritual de personas o cosas afectadas de alguna impureza.
2. f. Efecto que causa la
tragedia en el espectador al suscitar y purificar la compasión, el temor u
horror y otras emociones.
3. f. Purificación,
liberación o transformación interior suscitados por una experiencia vital
profunda.
4. f. Eliminación de
recuerdos que perturban la conciencia o el equilibrio nervioso.
5. f. Biol. Expulsión
espontánea o provocada de sustancias nocivas al organismo.
Si, por ejemplo, nos
quedamos con la última definición de la palabreja, podríamos determinar que,
cuando nos liberamos de bilis, mala baba, indignación, rabia y cualquier otra
pasión humana, estamos realizando un ejercicio de catarsis, como los japoneses
de los 70.
Una de las grandes ventajas
de la experiencia nipona está en el hecho de que la persona, una vez
purificada, no siente agravio ni rencor. El retrato del directivo se renueva a
diario y nadie sufre daño alguno. Claro que los propietarios de las imágenes
más utilizadas eran a su vez llamados a capítulo, porque provocaban demasiados conflictos
y alguno se podría salir de madre. Cuestión de estadística.
Por otra parte, también había
un sutil control de los usuarios de la sala de catarsis dada su condición de
persona susceptible y controvertida. De este modo, todos felices, llenos de armonía Wa,
Suiseki e Ikebana.
Con las redes sociales pasa
exactamente igual. Damos bofetadas a diestro y siniestro, insultamos, denigramos,
denunciamos y ponemos en solfa a toda persona que no nos cae bien, sin más… y
una vez despachados a gusto nos dormimos placenteramente con la conciencia
tranquila, nuestra rabia purificada y llenos de Zen.
Claro que ahora ya hay poca
gente que ignore que lo que se publica en Facebook, twiter, tuenti, whatsapp,
Line y demás vías de expresión digital es almacenado, analizado y sopesado
cuidadosamente para ponderar su posible riesgo potencial. Para prevenir actos
terroristas, se justifican.
Y en la práctica es lo
mismo. Partimos la cara a Mariano, Alfredo, José Luis, Dolores, Esperanza, las
Sorayas, Manuel y compañía, pero en el ciberespacio. Y nos quedamos tan
felices. Y ellos, ni te cuento. Si no existiera la catarsis tecnológica, habría
que inventarla.
Mucho mejor y más cómodo que
manifestarse en la calle, dónde va a parar….
Si. Se pasa menos calor, no te mojas y no entra claustrofobia con la gente de alrededor...
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