Sabido es que los seres humanos
rinden un culto especial, no a la muerte a la que temen, aunque sí a los
muertos.
Vincent Van Gogh no fue valorado hasta que se mató. En vida vendió
un solo cuadro (La viña roja) y a los
pocos meses de su famoso pistoletazo su hermano y protector, Theo Van Gogh organizó una exposición de
su obra que fue un éxito mundial (en términos económicos sobre todo, pero
también de crítica y de público asistente).
Dios nos libre del día de las alabanzas, dice el refranero popular
en clara referencia a que, una vez fallecidos, es difícil que incluso los
enemigos más contumaces no exponga algo bueno del difunto.
De un número de la Guardia Civil,
muy querido en la región, todo el mundo comentaba algo favorable y noble.
Cuando le tocó el turno a su mayor enemigo, exclamó: ”¡Qué buena letra tenía!”
Con Nelson Mandela pasa lo mismo. Sus familiares y herederos andan a la
greña por el reparto de su testamento político y, sobre todo, su patrimonio,
pero nadie duda en ensalzar su figura como la del hombre que acabó con el apartheid
en Sudáfrica, y no cayó en la tentación de devolver a la minoría blanca la
misma receta que había aplicado a la mayoría negra durante tantos años.
Tuvo la suficiente sensatez como
para no caer en esa venganza soterrada que recibe el chirriante nombre de “discriminación positiva”
- ¿Desde cuándo la discriminación se puede consideran
como un acto positivo?
-
Desde que me favorece a mí y perjudica a los que
antes se beneficiaban.
Revancha o vuelta de tortilla
serían términos más ajustados a la realidad.
Pero Madiba no cayó en la trampa. No hizo universidades segregadas para
blancos, ni autobuses para blancos, ni nada de eso. Felizmente se disolvió la
discriminación por raza o color de piel y todos, blancos y negros, pueden
asistir a los mismos centros educativos, religiosos, laborales, culturales y
demás en los mismos medios de transporte.
Claro que lo que Tata Mandela no pudo evitar es la
discriminación invisible. La segregación incorpórea que separa a las personas
con dinero de las que no lo poseen en similares e ingentes proporciones.
El coeficiente de Gini, que ya comentó esta Garza con anterioridad,
establece que en Sudáfrica (como en
todo el mundo, incluyendo a la famosa piel de toro) ha aumentado la brecha
entre ricos y pobres. Vamos, que la desigualdad es un valor en alza, ante la incompetencia,
incapacidad y desinterés de los gobiernos para remediarlo.
De este modo, en Sudáfrica sigue existiendo una minoría
blanca muy acomodada y otra minoría negra muy rica, que cada vez ahondan más
las diferencias entre una clase y la otra.
Este apartheid intangible e “intocable”
existe en todos los países, con independencia de raza, colores, religiones, criterios
sexuales, género y demás excusas utilizadas para la siempre negativa discriminación. Una mujer negra y
budista, poco a nada atraída por los hombres, siempre que tenga dinero, será
tratada con la mayor consideración en cualquier país puritano, blanco, anglosajón
y protestante (léase USA).
Eso sí, la mujer rubia, amante
esposa y madre de seis hijos que reclama un puesto de trabajo digno y un
reparto equitativo de la riqueza será tratada como un amenaza y perseguida con
el máximo rigor previsto en las leyes.
Así que, mi querido premio Nobel
de la Paz de 1993, me da que queda mucho trabajo por hacer en esta esfera
global que cada vez es más egoísta, más golfa y más vulgar. Porque lo cierto es
que el dinero no discrimina por ninguna de las razones que nos han contado.
Siempre que se tenga, claro está.
Un verdadero placer tenerte como compañero de travesía, Chema. Gracias por compartir tu luz y sentido común :)
ResponderEliminarToya
Es recíproco. Lo que no se comparte no existe. Y compartir siempre es una senda biunívoca.
EliminarQueda mucho por hacer Garza , Si cada dia hacemos algo por cambiarlo , seguro , que la travesia , en compañía de personas como vosotros . llegaremos a buen puerto. y comparto lo que dice Una buena amiga ¡¡ es un placer teneros como compañeros en esta travesia.
ResponderEliminarMarina.
Gracias, ya que no podemos elegir la duración del viaje ni la parada, al menos que los compañeros nos lo hagan más llevadero.
Eliminar