viernes, 27 de diciembre de 2013

EL SÍNDROME DE ENRIQUE VIII



En la obligada excursión a la Torre de Londres que figura en el manual de todo buen turista, el visitante descubre la espeluznante historia de las ejecuciones de Ana Bolena, Tomás Moro, Ana de Cleves…que se llevaron a cabo en su recinto por orden de Enrique VIII.
Cada persona contempla con curiosidad un tanto morbosa las diferentes dependencias y deambula por la sala en la que Ana Bolena, segunda esposa del citado monarca, fue juzgada y condenada, la celda en la que fue confinada y el lugar de su ejecución, que tuvo lugar el 19 de mayo de 1536.
Es sabido que al rey no le agradaba la idea de casarse con su cuñada Catalina, la viuda de su hermano mayor, que contaba con cinco años más que él. Pero sus influyentes futuros suegros consiguieron que el anterior matrimonio se declarase “no consumado” y el futuro soberano no tuvo más remedio que aceptar los compromisos adquiridos por su padre con los padres de la novia: La hija menor de los Reyes Católicos había ido a Inglaterra para ser reina consorte,  no la viuda del Príncipe de Gales.
Pero Enrique no tenía hijos varones que vivieran más de dos meses (uno nació muerto, otro murió al mes, y otro a los 52 días; sólo María sobrevivió a sus padres) y dieciocho años después de la boda empezó a pensar en la fórmula que le permitiera poner remedio a la situación, ya que estaba en “su derecho”.
Aquí empezó la pesadilla de la atribulada reina consorte. Su irascible marido empezó por cuestionar la legitimidad del matrimonio y solicitó a la Iglesia la nulidad del mismo alegando que le obligaron a casarse con su propia cuñada. No obstante, a pesar de unas primeras prometedoras palabras, el Papa, cabeza visible de la cristiandad a quién los reyes europeos tenían a bien considerar como vicario de Cristo, no tuvo en consideración los argumentos esgrimidos por el representante de la corte de Inglaterra  y no se avino a declarar como ilegítima su boda con Catalina de Aragón y Castilla, ya entonces tía del poderoso emperador Carlos V.
Enrique había sido infiel durante su matrimonio en repetidas ocasiones, hasta que se enamoró de una de las damas de compañía de la reina, la histórica “Ana de los mil días”.  Comenzó entonces a utilizar todo tipo de coacciones, desplantes, humillaciones, amenazas y malos tratos físicos y psicológicos contra la reina Catalina para obtener su divorcio y ser libre para contraer un nuevo matrimonio. Finalmente obtuvo del nuevo clero la disolución de sus esponsales, se proclamó a sí mismo cabeza de la Iglesia de Inglaterra y se casó con Ana Bolena, lo que, si bien fue una humillación más para Catalina, al menos supuso el fin de sus constantes sufrimientos.
No fue más considerado con la segunda consorte real que con la primera, y en vista de que el hijo varón no llegaba, pasó de las palabras a los hechos. Con todo el poder que le confería su condición de rey y papa de la iglesia anglicana, no perdió el tiempo intentando doblegar a su nueva esposa. En esta ocasión refinó su sadismo y acusó a la joven reina de traición, incesto y adulterio. El tribunal orquestado por el propio rey la encontró culpable de todos los delitos y fue condenada a morir decapitada, al igual que sus supuestos amantes.
Técnicamente no fue un asesinato, sino una ejecución legal, a no ser porque estudios posteriores han puesto de relieve la falsedad de las acusaciones y el burdo modo en el que el real cónyuge manipuló las pruebas para conseguir la condena y posterior ejecución de Ana. De esta forma le resultó mucho más fácil contraer rápidamente un nuevo matrimonio. Justo a los once días de la ejecución.
Además de múltiples amantes, alguna de las cuales le dio hijos bastardos, tuvo en total seis esposas: Las ya referidas Catalina de Aragón, de la que obtuvo del clero inglés la nulidad matrimonial, ilegitimando a su hija María, y la tristemente célebre Ana Bolena, ejecutada a los tres años de matrimonio; Jane Seymour, con quien casó el 30 de mayo de 1536 y que murió el 25 de octubre de 1537; Ana de Cleves, cuya boda se celebró el 6 de enero de 1540  y de la que consiguió la anulación el 9 de julio del mismo año; Catalina Howard, con la que se desposó el 28 de julio de 1540 hasta su disolución en 1541 y que fue ejecutada el 13 de febrero de 1542; Catalina Parr, con la que se unió el 12 de julio de 1543 hasta que murió el 5 de septiembre de 1548. Fue la única que sobrevivió al violento monarca.
El trato que el monarca inglés dispensó a sus esposas no es el primer comportamiento agresivo documentado de la historia sobre la violencia de “el hombre” hacia “la mujer”; pero sí unos de los más impactantes de la llamada edad moderna.
Toda esta historia es narrada de forma impersonal y profesional, totalmente desprovista de emociones. Eran tiempos duros y la razón de estado estaba por encima del estado de la razón. Por ese motivo, en la atracción turística en la que se ha convertido la Torre de Londres, no se hace ninguna mención a la tremenda carga de violencia machista que se vivieron tras sus muros y que desembocaron en las sumarísimas ejecuciones auspiciadas por la prepotencia del histórico personaje.
El mero hecho de no dar a luz hijos varones, o el que éstos no sobrevivieran lo suficiente para garantizar la sucesión al trono fue la excusa que Enrique VIII empleaba para ejercer todo tipo de presiones, vejaciones y falsas acusaciones contra sus esposas. En efecto, fue por entender que no cumplían con el deber propio de “su sexo” por lo que el irascible monarca acosó a sus consortes del modo en que lo hizo, incurriendo en el mismo tipo de comportamiento del que hacen gala muchas personas en nuestros días.
Desde que se popularizó el término, bajo el concepto de “violencia de género” se enmarca cualquier tipo de intimidación forzada e impuesta, ya sea física o psicológica, que se proyecta contra una persona concreta por razón de su género o sexo. Con el comportamiento violento se pretende lograr una reacción negativa en la autoestima y en el normal desarrollo humano y afectivo de la persona que lo sufre. Es sabido que para anular a alguien no hay nada mejor que hacer que considere inútil e innecesaria su propia razón se existir.
La ONU, en su conferencia sobre la mujer celebrada en Pekín en 1995,  recomendó el empleo de la denominación “violencia de género con el sentido humanista  de distinguir las conductas del género masculino respecto del género femenino, precisamente para aislar los meros comportamientos violentos globales y comunes  y estudiar de forma separada aquellos que se realizan específicamente contra personas o grupos de personas, directa o principalmente, por razón de su sexo.
Sabido es que en castellano, género y sexo son términos diferentes y que no siempre son sinónimos, de modo que no es raro encontrar en los medios de comunicación ciertos eufemismos, como “violencia machista”, “violencia sexista”, “violencia contra la mujer” y otros similares. Pero en la esencia se debe entender que la violencia de género es “Todo acto de violencia que se ejerce contra el sexo femenino, que causa o es susceptible de causar a las mujeres daño o sufrimiento físico, psicológico o sexual, incluidas las amenazas de tales actos y la coacción o la privación arbitraria de la libertad, tanto si se producen en la vida pública como en la privada  (Art. 1. de la Declaración sobre la eliminación de la violencia contra la mujer, Naciones Unidas, 1979)
En la actualidad los métodos de quienes practican este tipo de acciones no difieren mucho de los que utilizaba Enrique VIII, si bien los fines o pretextos esgrimidos no son exclusivamente la falta de descendiente varón que perpetúe la estirpe, y su ocurrencia no se limita al entorno doméstico.
El comportamiento violento y agresivo contra la mujer incluye coacciones, intimidaciones, chantajes emocionales y ataques a la libertad personal, entre otras prácticas, tanto en el ámbito familiar como el del trabajo, la vida académica, al círculo de amistades, el ejército, etc., etc.
Los principales delitos que se tipifican como pertenecientes al grupo de “violencia de género” incluyen las agresiones sexuales de todo tipo, el maltrato en todas sus manifestaciones y los ataques de homofobia hacia personas no heterosexuales.
Con todo, el mayor número de víctimas por estos conceptos son las mujeres, generalmente a manos de sus parejas o de sus exparejas. Por este motivo tiende a confundirse a veces el término general con el específico y algunos medios de comunicación hablan de “violencia de pareja” sin tener en cuenta que esta expresión no abarca a toda la “violencia de género”, siendo, en todo caso, una parte importante de esta última.
Lo mismo ocurre con los términos “violencia doméstica”, que no es otra cosa que la violencia de género en el espacio familiar.
Este “Síndrome de Enrique VIII” que padecen la mayoría de las personas que maltratan, les lleva a pensar que tienen derecho a actuar como lo hacen, ya que creen detentar una especie de propiedad sobre sus víctimas y que les está permitido y legitimado el uso de cualquier medio de coacción a su alcance para imponer sus criterios. No son la ley, pero creen que están por encima de la ley. No están dispuestos a ceder un ápice en lo que consideran “su propiedad”.
De modo que dictan sus propias normas y pautas de conducta y se burlan de cualquiera que intente razonar sobre lo absurdo de su punto de vista.
A veces buscan simplemente la sumisión. Se sienten débiles y quieren reforzar su poder en el hogar incrementando la desigualdad con su pareja, sencillamente porque tienen el convencimiento de estar “en su derecho”. No hay que olvidar que hasta hace relativamente poco se consideraba penalmente como atenuante el mal llamado “crimen pasional” (la maté porque era mía, que decía el tango). Otras veces, el hecho causante es alguna patología adictiva, como el alcohol o las drogas, si bien estos agentes lo único que hacen es aflorar un comportamiento violente preexistente.
En cualquier caso, muchas mujeres consideran que ese primer empujón, ese primer insulto, serán hechos aislados que “no se volverán a repetir”, según la frase favorita del maltratador. “¡Con lo que yo te quiero”!
Los razonamientos de los pacientes del “Síndrome de Enrique VIII” siguen un patrón similar: Generalmente se comienza por actitudes y actuaciones discriminatorias (Yo puedo hacer lo que me da la gana y tú me debes obediencia), en las que se alternan prácticas ambiguas que pretenden ser amables y consideradas, con otras claramente vejatorias.  Al poco tiempo se inicia el periodo del maltrato emocional, con palabras cada vez más agresivas,  la violencia psíquica y moral que suelen ser los precursores de la agresión física.
Uno de los desencadenantes acostumbra a ser la ruptura de la vida en común o el simple deseo de ruptura. Quienes agreden no entienden que cuando una persona decide que ya no quiere ser tu pareja, hay que entender que ya NO EStu pareja”.  
Algo, en esencia, tan sencillo, se malinterpreta y retuerce a menudo de tal modo que, en vez de asumir que existe un deseo real de continuar la vida por caminos diferentes, con proyectos distintos, con nuevas amistades y con total independencia, se arrogan la potestad de defender contra viento y marea “la propiedad” que se entiende que está siendo arrebatada o que se pretende arrebatar.
En otras ocasiones, la motivación es distinta. Ya no se soporta a quien ha compartido las últimas etapas, muchas o pocas, de la vida en común y la idea de continuar el camino con quien no se comparten ya proyectos trastoca igualmente la mente del maltratador.
De este modo, el apelativo de violencia de género se convierte en ocasiones en un término eufemístico por el que lo que es un asesinato despreciable se transforma en una estadística: “Este mes se contabilizan cinco fallecimientos por violencia de género. Tres menos que el mismo periodo del año anterior”
¿Acaso hay que felicitarse por ello? ¿Es que estas cinco personas no estaban vivas el año anterior? Todo hace pensar que sí, luego no son “tres menos”. Son, sencillamente, cinco más. A no ser que se pretenda que la sociedad asuma una especie de “Tributo de las cien doncellas” en el que se acepte como bueno que el número de víctimas mortales por estas circunstancias sea igual o menor que en el pasado.
Algunas mujeres (apenas un 10%, según los últimos estudios) denuncias estas prácticas conminatorias generalmente cuando se ha llegado a la fase de agresión física.
Las medidas que adoptan algunas sentencias dictadas por la judicatura son, cuando menos, estériles. Se determina la prohibición de acercarse a la víctima y se da traslado a las partes implicadas para su conocimiento. La parte agresora se guarda los sesudos folios de la sentencia y descubre que, a pesar de que lleva cierto tiempo violando la enfática prohibición, los papeles no adoptan medida alguna para evitarlo. De este modo, una primera víctima de malos tratos termina con su asesinato alevoso ante la indiferencia de quienes dictaminaron las medidas de protección que deberían garantizar su integridad física y su vida.
¿Para qué se dictan este tipo de sentencias? Lo más lógico es pensar que se hace para proteger a las víctimas del maltrato psicológico, del físico o de ambos. No cabe duda que al promulgar sus fallos la judicatura persigue siempre la protección de quien es objeto de malos tratos. Está claro que estas buenas intenciones no se cumplen en un altísimo porcentaje de casos. Muchas de las mujeres agredidas, violadas y asesinadas por sus parejas o exparejas tenían una sentencia con la prohibición de acercarse a la víctima y en  muchas ocasiones se había hecho constar previamente el incumplimiento de la medida. En los tiempos de la tecnología punta y de las Tecnologías de la Información y la Comunicación hay recursos técnicos mucho más efectivos. Y aunque son más caros, son infinitamente más baratos que una sola vida humana.
La lucha mundial contra la violencia contra las mujeres va calando poco a poco en la cultura occidental, pero lamentablemente, muchos jóvenes siguen mostrando perfiles acosadores y utilizan mucha de la tecnología a su alcance para faltar, insultar, difundir fotos y vídeos humillantes de sus amigas, novias o compañeras de clase. Por eso es muy importante educar en el mutuo respeto a los jóvenes y cortar de raíz cualquier manifestación del “síndrome de Enrique VIII” en cuanto aparezca, por original que sea.
También hay una violencia cultural sobre las mujeres que persiste a nivel mundial. No son casos aislados, no es un hombre específico el que ejerce la violencia contra una mujer concreta, sino toda la sociedad en conjunto. Tal es el caso de la ablación del clítoris que se practica a las niñas en determinados países con la complicidad de las propias madres de las afectadas. En la rica Arabia Saudita, no se les permite a las mujeres conducir automóviles. En Argelia se las considera menores de edad durante toda su vida. Algunas comunidades no permiten el acceso a la formación y al estudio a sus mujeres, ni se las permite siquiera salir a la calle sin la presencia de un varón de la familia.
Son muchas y muy variadas las sutiles formas de ejercer la violencia contra las mujeres. Sólo tomando conciencia de todas ellas y combatiendo las causas que la generan desde la educación y el ejemplo podremos empezar a luchar  contra esta plaga con más eficacia.
Que las víctimas dejen de ser una cifra estadística más. Dejemos de comparar resultados y empecemos a actuar para no tener resultados.



2 comentarios:

  1. El tema de la violencia de género avanza despacio. Pero el caso es que en la TV sigue habiendo esas malditas telenovelas en las que se gritan unos a otros y se maltrata a la mujer. En las que las mujeres siguen siendo el juguete de los hombres y no saben hacer nada sin ellos. Por no hablar de anuncios, programas de porquería, actrices que se prestan a ello en programas sin nada de contenido... Lo importante como bien dices es la educación, pero no solo en el colegio o instituto, EN CASA. Ahí es donde los hijos toman ejemplo de los padres y donde se enseña a respetar a la mujer y a respetarse mutuamente.
    Queda mucho trabajo por hacer y muchas voluntades femeninas por fortalecer. Tenemos que comprender que todos somos PERSONAS, que valemos por igual y que tenemos nuestras diferencias.
    Gracias por tu artículo.

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    1. Tienes toda la razón. Con vigilar un poquito el listón de ciertos mensajes, conductas y planteamientos de los medios de comunicación se podría hacer mucho por este complejo y delicado tema. Gracias por la aportación.

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