En la obligada excursión a la
Torre de Londres que figura en el manual de todo buen turista, el visitante
descubre la espeluznante historia de las ejecuciones de Ana Bolena, Tomás Moro,
Ana de Cleves…que se llevaron a cabo en su recinto por orden de Enrique VIII.
Cada persona contempla con
curiosidad un tanto morbosa las diferentes dependencias y deambula por la sala
en la que Ana Bolena, segunda esposa del citado monarca, fue juzgada y
condenada, la celda en la que fue confinada y el lugar de su ejecución, que
tuvo lugar el 19 de mayo de 1536.
Es sabido que al rey no le
agradaba la idea de casarse con su cuñada Catalina, la viuda de su hermano
mayor, que contaba con cinco años más que él. Pero sus influyentes futuros
suegros consiguieron que el anterior matrimonio se declarase “no consumado” y el
futuro soberano no tuvo más remedio que aceptar los compromisos adquiridos por
su padre con los padres de la novia: La hija menor de los Reyes Católicos había
ido a Inglaterra para ser reina consorte, no la viuda del Príncipe de Gales.
Pero Enrique no tenía hijos varones
que vivieran más de dos meses (uno nació muerto, otro murió al mes, y otro a
los 52 días; sólo María sobrevivió a sus padres) y dieciocho años después de la
boda empezó a pensar en la fórmula que le permitiera poner remedio a la
situación, ya que estaba en “su derecho”.
Aquí empezó la pesadilla de la
atribulada reina consorte. Su irascible marido empezó por cuestionar la
legitimidad del matrimonio y solicitó a la Iglesia la nulidad del mismo alegando
que le obligaron a casarse con su propia cuñada. No obstante, a pesar de unas
primeras prometedoras palabras, el Papa, cabeza visible de la cristiandad a
quién los reyes europeos tenían a bien considerar como vicario de Cristo, no
tuvo en consideración los argumentos esgrimidos por el representante de la
corte de Inglaterra y no se avino a
declarar como ilegítima su boda con Catalina de Aragón y Castilla, ya entonces tía
del poderoso emperador Carlos V.
Enrique había sido infiel durante
su matrimonio en repetidas ocasiones, hasta que se enamoró de una de las damas
de compañía de la reina, la histórica “Ana de los mil días”. Comenzó entonces a utilizar todo tipo de
coacciones, desplantes, humillaciones, amenazas y malos tratos físicos y psicológicos
contra la reina Catalina para obtener su divorcio y ser libre para contraer un
nuevo matrimonio. Finalmente obtuvo del nuevo clero la disolución de sus esponsales,
se proclamó a sí mismo cabeza de la Iglesia de Inglaterra y se casó con Ana
Bolena, lo que, si bien fue una humillación más para Catalina, al menos supuso
el fin de sus constantes sufrimientos.
No fue más considerado con la
segunda consorte real que con la primera, y en vista de que el hijo varón no
llegaba, pasó de las palabras a los hechos. Con todo el poder que le confería
su condición de rey y papa de la iglesia anglicana, no perdió el tiempo
intentando doblegar a su nueva esposa. En esta ocasión refinó su sadismo y acusó
a la joven reina de traición, incesto y adulterio. El tribunal orquestado por
el propio rey la encontró culpable de todos los delitos y fue condenada a morir
decapitada, al igual que sus supuestos amantes.
Técnicamente no fue un asesinato,
sino una ejecución legal, a no ser porque estudios posteriores han puesto de
relieve la falsedad de las acusaciones y el burdo modo en el que el real
cónyuge manipuló las pruebas para conseguir la condena y posterior ejecución de
Ana. De esta forma le resultó mucho más fácil contraer rápidamente un nuevo matrimonio.
Justo a los once días de la ejecución.
Además de múltiples amantes,
alguna de las cuales le dio hijos bastardos, tuvo en total seis esposas: Las ya
referidas Catalina de Aragón, de la
que obtuvo del clero inglés la nulidad matrimonial, ilegitimando a su hija
María, y la tristemente célebre Ana
Bolena, ejecutada a los tres años de matrimonio; Jane Seymour, con quien casó el 30 de mayo de 1536 y que murió el
25 de octubre de 1537; Ana de Cleves,
cuya boda se celebró el 6 de enero de 1540
y de la que consiguió la anulación el 9 de julio del mismo año; Catalina Howard, con la que se desposó
el 28 de julio de 1540 hasta su disolución en 1541 y que fue ejecutada el 13 de
febrero de 1542; Catalina Parr, con
la que se unió el 12 de julio de 1543 hasta que murió el 5 de septiembre de
1548. Fue la única que sobrevivió al violento monarca.
El trato que el monarca inglés
dispensó a sus esposas no es el primer comportamiento agresivo documentado de
la historia sobre la violencia de “el
hombre” hacia “la mujer”; pero sí
unos de los más impactantes de la llamada edad moderna.
Toda esta historia es narrada de
forma impersonal y profesional, totalmente desprovista de emociones. Eran
tiempos duros y la razón de estado estaba por encima del estado de la razón.
Por ese motivo, en la atracción turística en la que se ha convertido la Torre
de Londres, no se hace ninguna mención a la tremenda carga de violencia machista que se vivieron tras
sus muros y que desembocaron en las sumarísimas ejecuciones auspiciadas por la
prepotencia del histórico personaje.
El mero hecho de no dar a luz
hijos varones, o el que éstos no sobrevivieran lo suficiente para garantizar la
sucesión al trono fue la excusa que Enrique VIII empleaba para ejercer todo
tipo de presiones, vejaciones y falsas acusaciones contra sus esposas. En
efecto, fue por entender que no cumplían con el deber propio de “su sexo” por lo que el irascible monarca
acosó a sus consortes del modo en que lo hizo, incurriendo en el mismo tipo de
comportamiento del que hacen gala muchas personas en nuestros días.
Desde que se popularizó el
término, bajo el concepto de “violencia
de género” se enmarca cualquier tipo de intimidación forzada e impuesta, ya
sea física o psicológica, que se proyecta contra una persona concreta por razón
de su género o sexo. Con el comportamiento violento se pretende lograr una
reacción negativa en la autoestima y en el normal desarrollo humano y afectivo
de la persona que lo sufre. Es sabido que para anular a alguien no hay nada
mejor que hacer que considere inútil e innecesaria su propia razón se existir.
La ONU, en su conferencia sobre
la mujer celebrada en Pekín en 1995, recomendó
el empleo de la denominación “violencia
de género” con el sentido
humanista de distinguir las conductas
del género masculino respecto del género femenino, precisamente para aislar los
meros comportamientos violentos globales y comunes y estudiar de forma separada aquellos que se
realizan específicamente contra personas o grupos de personas, directa o
principalmente, por razón de su sexo.
Sabido es que en castellano,
género y sexo son términos diferentes y que no siempre son sinónimos, de modo
que no es raro encontrar en los medios de comunicación ciertos eufemismos, como
“violencia machista”, “violencia sexista”,
“violencia contra la mujer” y otros similares. Pero en la esencia se debe
entender que la violencia de género es “Todo
acto de violencia que se ejerce contra el sexo femenino, que causa o es
susceptible de causar a las mujeres daño o sufrimiento físico, psicológico o
sexual, incluidas las amenazas de tales actos y la coacción o la privación
arbitraria de la libertad, tanto si se producen en la vida pública como en la
privada” (Art. 1. de la Declaración
sobre la eliminación de la violencia contra la mujer, Naciones Unidas, 1979)
En la actualidad los métodos de
quienes practican este tipo de acciones no difieren mucho de los que utilizaba Enrique
VIII, si bien los fines o pretextos esgrimidos no son exclusivamente la falta
de descendiente varón que perpetúe la estirpe, y su ocurrencia no se limita al
entorno doméstico.
El comportamiento violento y
agresivo contra la mujer incluye coacciones, intimidaciones, chantajes
emocionales y ataques a la libertad personal, entre otras prácticas, tanto en
el ámbito familiar como el del trabajo, la vida académica, al círculo de
amistades, el ejército, etc., etc.
Los principales delitos que se
tipifican como pertenecientes al grupo de “violencia
de género” incluyen las agresiones sexuales de todo tipo, el maltrato en
todas sus manifestaciones y los ataques de homofobia hacia personas no heterosexuales.
Con todo, el mayor número de
víctimas por estos conceptos son las mujeres, generalmente a manos de sus
parejas o de sus exparejas. Por este motivo tiende a confundirse a veces el
término general con el específico y algunos medios de comunicación hablan de “violencia de pareja” sin tener en cuenta
que esta expresión no abarca a toda la “violencia
de género”, siendo, en todo caso, una parte importante de esta última.
Lo mismo ocurre con los términos
“violencia doméstica”, que no es otra
cosa que la violencia de género en el espacio familiar.
Este “Síndrome de Enrique VIII” que padecen la mayoría de las personas
que maltratan, les lleva a pensar que tienen derecho a actuar como lo hacen, ya
que creen detentar una especie de propiedad sobre sus víctimas y que les está
permitido y legitimado el uso de cualquier medio de coacción a su alcance para
imponer sus criterios. No son la ley, pero creen que están por encima de la
ley. No están dispuestos a ceder un ápice en lo que consideran “su propiedad”.
De modo que dictan sus propias
normas y pautas de conducta y se burlan de cualquiera que intente razonar sobre
lo absurdo de su punto de vista.
A veces buscan simplemente la
sumisión. Se sienten débiles y quieren reforzar su poder en el hogar incrementando
la desigualdad con su pareja, sencillamente porque tienen el convencimiento de
estar “en su derecho”. No hay que olvidar que hasta hace relativamente poco se
consideraba penalmente como atenuante el mal llamado “crimen pasional” (la maté porque era mía, que decía el tango).
Otras veces, el hecho causante es alguna patología adictiva, como el alcohol o
las drogas, si bien estos agentes lo único que hacen es aflorar un
comportamiento violente preexistente.
En cualquier caso, muchas mujeres
consideran que ese primer empujón, ese primer insulto, serán hechos aislados
que “no se volverán a repetir”, según la frase favorita del maltratador. “¡Con
lo que yo te quiero”!
Los razonamientos de los
pacientes del “Síndrome de Enrique VIII” siguen un patrón similar: Generalmente
se comienza por actitudes y actuaciones discriminatorias (Yo puedo hacer lo que
me da la gana y tú me debes obediencia), en las que se alternan prácticas ambiguas
que pretenden ser amables y consideradas, con otras claramente vejatorias. Al poco tiempo se inicia el periodo del
maltrato emocional, con palabras cada vez más agresivas, la violencia psíquica y moral que suelen ser
los precursores de la agresión física.
Uno de los desencadenantes acostumbra
a ser la ruptura de la vida en común o el simple deseo de ruptura. Quienes
agreden no entienden que cuando una persona decide que ya no quiere ser tu
pareja, hay que entender que ya NO ES
“tu pareja”.
Algo, en esencia, tan sencillo,
se malinterpreta y retuerce a menudo de tal modo que, en vez de asumir que
existe un deseo real de continuar la vida por caminos diferentes, con proyectos
distintos, con nuevas amistades y con total independencia, se arrogan la
potestad de defender contra viento y marea “la propiedad” que se entiende que
está siendo arrebatada o que se pretende arrebatar.
En otras ocasiones, la motivación
es distinta. Ya no se soporta a quien ha compartido las últimas etapas, muchas
o pocas, de la vida en común y la idea de continuar el camino con quien no se
comparten ya proyectos trastoca igualmente la mente del maltratador.
De este modo, el apelativo de violencia de género se convierte en
ocasiones en un término eufemístico por el que lo que es un asesinato
despreciable se transforma en una estadística: “Este mes se contabilizan cinco
fallecimientos por violencia de género. Tres
menos que el mismo periodo del año anterior”
¿Acaso hay que felicitarse por
ello? ¿Es que estas cinco personas no estaban vivas el año anterior? Todo hace
pensar que sí, luego no son “tres menos”. Son, sencillamente, cinco más. A no
ser que se pretenda que la sociedad asuma una especie de “Tributo de las cien doncellas” en el que se acepte como bueno que
el número de víctimas mortales por estas circunstancias sea igual o menor que
en el pasado.
Algunas mujeres (apenas un 10%,
según los últimos estudios) denuncias estas prácticas conminatorias
generalmente cuando se ha llegado a la fase de agresión física.
Las medidas que adoptan algunas
sentencias dictadas por la judicatura son, cuando menos, estériles. Se
determina la prohibición de acercarse a la víctima y se da traslado a las
partes implicadas para su conocimiento. La parte agresora se guarda los sesudos
folios de la sentencia y descubre que, a pesar de que lleva cierto tiempo
violando la enfática prohibición, los papeles no adoptan medida alguna para
evitarlo. De este modo, una primera víctima de malos tratos termina con su
asesinato alevoso ante la indiferencia de quienes dictaminaron las medidas de
protección que deberían garantizar su integridad física y su vida.
¿Para qué se dictan este tipo de
sentencias? Lo más lógico es pensar que se hace para proteger a las víctimas
del maltrato psicológico, del físico o de ambos. No cabe duda que al promulgar
sus fallos la judicatura persigue siempre la protección de quien es objeto de
malos tratos. Está claro que estas buenas intenciones no se cumplen en un
altísimo porcentaje de casos. Muchas de las mujeres agredidas, violadas y
asesinadas por sus parejas o exparejas tenían una sentencia con la prohibición
de acercarse a la víctima y en muchas
ocasiones se había hecho constar previamente el incumplimiento de la medida. En
los tiempos de la tecnología punta y de las Tecnologías de la Información y la
Comunicación hay recursos técnicos mucho más efectivos. Y aunque son más caros,
son infinitamente más baratos que una sola vida humana.
La lucha mundial contra la
violencia contra las mujeres va calando poco a poco en la cultura occidental,
pero lamentablemente, muchos jóvenes siguen mostrando perfiles acosadores y
utilizan mucha de la tecnología a su alcance para faltar, insultar, difundir
fotos y vídeos humillantes de sus amigas, novias o compañeras de clase. Por eso
es muy importante educar en el mutuo respeto a los jóvenes y cortar de raíz
cualquier manifestación del “síndrome de Enrique VIII” en cuanto aparezca, por
original que sea.
También hay una violencia
cultural sobre las mujeres que persiste a nivel mundial. No son casos aislados,
no es un hombre específico el que ejerce la violencia contra una mujer
concreta, sino toda la sociedad en conjunto. Tal es el caso de la ablación del
clítoris que se practica a las niñas en determinados países con la complicidad
de las propias madres de las afectadas. En la rica Arabia Saudita, no se les
permite a las mujeres conducir automóviles. En Argelia se las considera menores
de edad durante toda su vida. Algunas comunidades no permiten el acceso a la
formación y al estudio a sus mujeres, ni se las permite siquiera salir a la
calle sin la presencia de un varón de la familia.
Son muchas y muy variadas las
sutiles formas de ejercer la violencia contra las mujeres. Sólo tomando
conciencia de todas ellas y combatiendo las causas que la generan desde la
educación y el ejemplo podremos empezar a luchar contra esta plaga con más eficacia.
Que las víctimas dejen de ser una
cifra estadística más. Dejemos de comparar resultados y empecemos a actuar para
no tener resultados.
El tema de la violencia de género avanza despacio. Pero el caso es que en la TV sigue habiendo esas malditas telenovelas en las que se gritan unos a otros y se maltrata a la mujer. En las que las mujeres siguen siendo el juguete de los hombres y no saben hacer nada sin ellos. Por no hablar de anuncios, programas de porquería, actrices que se prestan a ello en programas sin nada de contenido... Lo importante como bien dices es la educación, pero no solo en el colegio o instituto, EN CASA. Ahí es donde los hijos toman ejemplo de los padres y donde se enseña a respetar a la mujer y a respetarse mutuamente.
ResponderEliminarQueda mucho trabajo por hacer y muchas voluntades femeninas por fortalecer. Tenemos que comprender que todos somos PERSONAS, que valemos por igual y que tenemos nuestras diferencias.
Gracias por tu artículo.
Tienes toda la razón. Con vigilar un poquito el listón de ciertos mensajes, conductas y planteamientos de los medios de comunicación se podría hacer mucho por este complejo y delicado tema. Gracias por la aportación.
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