En 1974, Frank Drake y Carl Sagan
(Cosmos, ¿recuerdas?) diseñaron un mensaje binario que se retransmitió desde el
Observatorio de Arecibo (Puerto Rico) con motivo de la reestructuración de uno
de los mayores radiotelescopios del mundo.
Este mensaje mostraba en 76 filas,
de 23 columnas cada una. la información para que cualquier inteligencia exterior,
que captase y entendiese el mensaje, tuviera una idea aproximada de cómo son
los autores del mismo.
Imaginemos que entre los miles de
millones de soles que se aprecian en la dirección en la que se emitió nuestra “fe
de vida”, alguien lo recibió… y decidió comprobar el grado de inteligencia y
civilización de quienes lo enviaron.
Supongamos que se encuentra, de riguroso
incógnito, entre nosotros. Como sin duda no observaría vestigio alguno de
inteligencia superior se pondría a ver la tele para hacerse una composición de
lugar de lo que pomposamente llamamos “la raza humana”, “el mamífero superior”,
“el homo sapiens”.
Se quedaría estupefacto al
observar que los seres humanos se matan unos a otros por petróleo, cuando
disponemos de la ilimitada energía solar, las incesantes ondulaciones de las
mareas, las corrientes hidráulicas, la fuerza del viento, el ignorado campo
magnético del planeta, entre otras fuentes inagotables de energía limpia, sencilla
no contaminante y más barata.
Investigaría al respecto y se
quedaría de una pieza al comprobar que a Tesla, el precursor de la
radioastronomía, se le dejó morir pobre y despreciado y se borró todo vestigio
de su proyecto de emitir energía eléctrica gratuita por radiofrecuencia.
Respecto de la actualidad, no
llegaría a entender cómo 86 personas pueden gastarse más de 17 millones de
euros del erario público en gastos privados sin justificar y no mover ni un
dedo para devolverlo.
No le resultaría nada lógico
admitir que a un expresidente autonómico se le atribuyan más de 700 millones de
euros en dinero ilícito y los organismos de justicia se limiten a esperar
sentados por si tuviera a bien devolver algo.
Respecto de los que consideramos
religión, sería inconcebible que quienes consideran a su divinidad
infinitamente clemente, sabia, misericordiosa y todopoderosa corten el cuello a
personas de misiones humanitarias que, precisamente, estaban ayudando a sus
gentes.
No daría crédito al hecho de que
los partidos políticos, cuya finalidad última es el servicio a la causa del
bien común, sean refugio de ladrones, corrupción, intrigas y malhechores de
todo tipo y con absoluta impunidad.
Se horrorizaría al verificar que
miles de niños mueren de hambre al día y algunos estados invierten miles de
millones en proyectos faraónicos como enviar una tripulación a Marte, sin
posibilidad de retorno, para mayor estupidez.
Es posible que, ya puestos, se
pasmara al comprobar que hay deportistas de élite que ganan
millones de euros al año, mientras que maestros, profesores, catedráticos,
médicos y otras ocupaciones imprescindibles para la evolución de la sociedad
tienen mucha menor consideración e importancia a los ojos de sus semejantes.
Como todavía le quedaría alguna
capacidad de sorpresa, es posible que descubriese con enorme pasmo que la
inteligente sociedad humana practica la pena de muerte; considera que las
tradiciones ancestrales justifican la tortura agónica e indefensa de animales
nobles; que se raptan jovencitas, se violan mujeres, se extirpa el clítoris a
millones de niñas cada año y que no se paga el mismo salario por el mismo
trabajo a las mujeres y a los hombres.
Para culminar su asombro, se pellizcaría al comprobar que la sanidad, la educación, y las
industrias farmacéuticas y energéticas están en manos privadas y que, como enunció
Pareto, el 20% de los habitantes del planeta controlan o poseen el 80% de las
riquezas y los recursos del mismo.
Llegado a este punto no perdería
el tiempo dibujando geometría de fractales en los campos de maíz de medio
mundo. Más bien se volvería por donde ha venido con un displicente: “¡Anda y
que os den lo que merecéis!”
La Garza abatida y triste.
La Garza abatida y triste.
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