En su obra
inmortal, “La vida es sueño”, Calderón
de la Barca nos recordaba que “los sueños, sueños son”.
No obstante los
innumerables opinadores que pueblan las redes sociales, entre los cuales me incluyo,
parecen haberse puesto de acuerdo para desatar una campaña a favor de los mundos de Yupi, del planeta Tacatón. En mi opinión no nos hace
falta crear otras realidades para sustituir la que no nos gustan. Lo que tenemos
que hacer es cambiar la realidad actual. Ningún problema se ha solucionado
permaneciendo ajenos a la realidad y sin tener los pies en el suelo.
Dicho esto
quiero dejar constancia de que los sueños me encantan. Me gustan tanto que para
hacerme con ellos me pongo a pensar, a planificar, a reunir recursos, a actuar,
a corregir lo que va mal, a aprender lo que no sé. Es decir, los sueños son
mucho más útiles si los puedes materializar, hacer reales, plasmar de alguna
manera aunque sólo sea una parte.
Claro que se
leen frases como “Si la realidad puede destruir los sueños, ¿Por qué los sueños no pueden
destruir la realidad? o aquella tan captadora de acólitos de la
ensoñación que dice: “Si por soñar te llaman loco, demuéstrales
que tienen razón”. Muchos defensores de este “Prozac onírico” aluden a la famosa frase de Martin Luther King “I Have
a dream” (Tengo un sueño). Lo que no cuentan es que no se limitó a
soñar: Creó un movimiento imparable por los derechos civiles y puso patas
arriba a la sociedad Norteamérica. Cambió la realidad de su entorno a cambio de
su propia vida, pero nunca dejó de perseguir sus convicciones. No soñando,
desde luego: actuando, bregando sin descanso y combatiendo con la fuerza de sus
razones las fuerzas sin razón de sus oponentes.
Claro que si
empleamos la palabra “sueño” como
sinónimo de “objetivo”, “meta”, “proyecto”, “finalidad”, “plan”, “aspiración”, “idea”, etc.,
estamos empleando metáforas para justificar nuestros actos encaminados a la
obtención de nuestros nobles fines. Eso es positivo.
Lo cierto es que
los sueños no se crean ni se destruyen. Únicamente se transforman. A veces en
pesadillas, otras en realidades. La clave está en la propia actitud ante los
sueños. Y no basta con planificar, “hay
que llevarlos a la acción. Convertir las palabras en hechos”,
como dice Luis Valledor.
Un sueño que tuvo Maslow, el sociólogo que dio nombre al
célebre gráfico de las necesidades humanas, era el de ver satisfechas en todo
el mundo las que consideraba básicas para la supervivencia del cuerpo: comida,
vestido, descanso, sexo, homeostasis. El “sueño”
(como metáfora) que deberíamos tener de forma colectiva es conseguir que el
estado garantice a la ciudadanía una comida que no envenene, un vestido digno
a precios asequibles, un descanso adecuado y razonable, la ausencia de
enfermedades de transmisión sexual y los medios eficaces para prevenirlas y
combatirlas y un respeto por el clima natural que no altere el equilibrio de
los procesos metabólicos del organismo.
Una vez alcanzado este “sueño” lo siguiente sería conseguir que el estado garantice el
escalón siguiente de la pirámide, relacionado con la seguridad: garantizar la educación,
la salud, la moral, los recursos, la familia, la propiedad.
La primera parte está más o menos al alcance de la mayoría
(en el primer mundo, claro está) La segunda forma parte del “sueño” de unos pocos para garantizar que
los recursos energéticos, sanitarios, educativos y la propiedad de la vivienda
estén garantizados y tutelados por el estado.
Sería deseable hacer caso a Labordeta:… “Pero habrá que forzarlo, para que pueda ser…”
La Garza “soñadora”.
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