sábado, 11 de octubre de 2014

SUEÑOS Y REALIDADES




En su obra inmortal, “La vida es sueño”, Calderón de la Barca nos recordaba que “los sueños, sueños son”.

No obstante los innumerables opinadores que pueblan las redes sociales, entre los cuales me incluyo, parecen haberse puesto de acuerdo para desatar una campaña a favor de los mundos de Yupi, del planeta Tacatón. En mi opinión no nos hace falta crear otras realidades para sustituir la que no nos gustan. Lo que tenemos que hacer es cambiar la realidad actual. Ningún problema se ha solucionado permaneciendo ajenos a la realidad y sin tener los pies en el suelo.

Dicho esto quiero dejar constancia de que los sueños me encantan. Me gustan tanto que para hacerme con ellos me pongo a pensar, a planificar, a reunir recursos, a actuar, a corregir lo que va mal, a aprender lo que no sé. Es decir, los sueños son mucho más útiles si los puedes materializar, hacer reales, plasmar de alguna manera aunque sólo sea una parte.

Claro que se leen frases como “Si la realidad puede destruir los sueños, ¿Por qué los sueños no pueden destruir la realidad? o aquella tan captadora de acólitos de la ensoñación que dice: “Si por soñar te llaman loco, demuéstrales que tienen razón”. Muchos defensores de este “Prozac oníricoaluden a la famosa frase de Martin Luther KingI Have a dream” (Tengo un sueño). Lo que no cuentan es que no se limitó a soñar: Creó un movimiento imparable por los derechos civiles y puso patas arriba a la sociedad Norteamérica. Cambió la realidad de su entorno a cambio de su propia vida, pero nunca dejó de perseguir sus convicciones. No soñando, desde luego: actuando, bregando sin descanso y combatiendo con la fuerza de sus razones las fuerzas sin razón de sus oponentes.



Claro que si empleamos la palabra “sueño” como sinónimo de “objetivo”, “meta”, “proyecto”, “finalidad”, “plan”, “aspiración”, “idea”, etc., estamos empleando metáforas para justificar nuestros actos encaminados a la obtención de nuestros nobles fines. Eso es positivo.


Lo cierto es que los sueños no se crean ni se destruyen. Únicamente se transforman. A veces en pesadillas, otras en realidades. La clave está en la propia actitud ante los sueños. Y no basta con planificar, “hay que llevarlos a la acción. Convertir las palabras en hechos”, como dice Luis Valledor.




Un sueño que tuvo Maslow, el sociólogo que dio nombre al célebre gráfico de las necesidades humanas, era el de ver satisfechas en todo el mundo las que consideraba básicas para la supervivencia del cuerpo: comida, vestido, descanso, sexo, homeostasis. El “sueño” (como metáfora) que deberíamos tener de forma colectiva es conseguir que el estado garantice a la ciudadanía una comida que no envenene, un vestido digno a precios asequibles, un descanso adecuado y razonable, la ausencia de enfermedades de transmisión sexual y los medios eficaces para prevenirlas y combatirlas y un respeto por el clima natural que no altere el equilibrio de los procesos metabólicos del organismo.

Una vez alcanzado este “sueño” lo siguiente sería conseguir que el estado garantice el escalón siguiente de la pirámide, relacionado con la seguridad: garantizar la educación, la salud, la moral, los recursos, la familia, la propiedad.

La primera parte está más o menos al alcance de la mayoría (en el primer mundo, claro está) La segunda forma parte del “sueño” de unos pocos para garantizar que los recursos energéticos, sanitarios, educativos y la propiedad de la vivienda estén garantizados y tutelados por el estado. 

Sería deseable hacer caso a Labordeta:… “Pero habrá que forzarlo, para que pueda ser…”

La Garza “soñadora”.

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