sábado, 11 de enero de 2014

UNA TARDE TOLEDANA



Es un día cualquiera de invierno, pero no en un lugar cualquiera. Estamos hablando de la capital del mundo, desde donde se regían los destinos del mayor imperio conocido en la historia, en cuyos dominios nunca se ponía el sol. Toledo.

Hoy es una ciudad que mira de frente, atisbando con el rabillo del ojo un futuro cada vez más incierto, pero que no olvida su esplendoroso pasado.

En cada casa o local hay un aljibe árabe, o quizá romano, quién sabe, y se les saca todo el partido posible. Son comedores en restaurantes o salón de actos en librerías, sala de exposición en tiendas de espadería y damasquino o almacén, trastero, bodega, etc., según cada necesidad.

Un viaje a Toledo puede empezar por cualquier punto de su muralla exterior, ya que cada rincón tiene muchas historias asociadas. En nuestro caso lo iniciamos rodeando la ciudad por el valle, con parada obligada en la ermita, para contemplar el impresionante “belén”  que se despliega ante nuestros incrédulos ojos hasta las orillas del tajo.

Desde el puente de Alcántara a la derecha, hasta el de San Martín, a la izquierda, la ciudad queda congelada en nuestras retinas como una increíble imagen panorámica, no por vista, menos emotiva.


En el Parador, cerca de la roca del rey moro desde la que el Grecopintó su famosa vista de la ciudad, hacemos una primer alto. 
Las hadas madrinas (Toya, Ana y Marina) han quedado son Santi Braojos. Allí nos volvemos a extasiar con la portentosa imagen de  la ciudad y salimos en busca de Pablo Redondo, con el que hemos quedado para comer.
 
Descendemos entre cigarrales y seguimos el curso del río, lentamente, para no perder ningún matiz de la ciudad que nos contempla impasible desde el otro lado. El Alcázar, Seminario, la Catedral, Santo Tomé, San Juan de los Reyes, el baño de la Cava, Puente de San Martín, cuya apuesta de terminarlo en una noche perdió el mismísimo diablo por no contar con la astucia de la mujer del arquitecto…

Estamos en el Paseo de Recaredo, junto a El Cardenal y la antigua Puerta de Bisagra. Entramos por el acceso lateral de la nueva Puerta de Bisagra, dejando la iglesia de Santiago del Arrabal a nuestra derecha, con su orgullosa torre separada del edificio principal.

La Puerta del Sol, centinela de la segunda muralla nos da la bienvenida al Miradero. Caminamos hasta el Cristo de la Luz, antigua capilla visigótica reconvertida en mezquita en el 999 y de nuevo cristianizada en 1187, tras la toma de Toledo y pasamos a los jardines de la Puerta del Sol.

Poco después, en los cobertizos que acceden a la plaza de Santo Domingo, sólo se escucha el sonido de nuestros propios pasos cruzando el túnel del tiempo. Vamos un poco retrasados, pero aún podemos admirar a Simón, uno de los últimos artesanos del damasquinado toledano que nos hace una amable demostración de su incomparable maestría para dibujar sus filigranas con hilo de oro puro en una superficie de acero pavonado.

Pablo está en Zocodover, el sitio en el que llevan quedando los toledanos desde hace más de mil años, y no tardamos en dirigirnos al lugar donde comeremos: Un aljibe subterráneo del restaurante La Cava.

Tras una agradable sobremesa, un breve paseo nos sitúa en la entrada de la torre sur del Alcázar, donde un ascensor nos lleva hasta la biblioteca, situada en el último piso. Tras admirar la privilegiada vista que se disfruta desde sus ventanales subimos al torreón, donde se encuentra la cafetería.

Aquí hemos quedado con Guzmán, Ilva y Cristina, que no tardan en aparecer. Nos queda un último recorrido por el Toledo olvidado, el que queda fuera de las rutas turísticas, así que bajamos por la calle del Horno de los Bizcochos para fotografiar el callejón del Toro, la iglesia de los Santos Niños Justo y Pastor, subir por el Colegio de Infantes, el Pozo Amargo y llegar hasta Santo Tomé para dar la vuelta hasta la plaza en la que la Catedral se enfrenta al Ayuntamiento, como dos colosos de piedra. 


Una breve ascensión por la calle del Hombre de Palo nos lleva hasta la Librería Hojablanca, donde se presenta Llora como mujer, de Ángel Arribas.

No tarda en aparecer Héctor, que no trae su cámara porque contaba con que yo traería la mía. Organización. 



Poco a poco van llegando recuerdos de hace 40 años que afloran espontáneos como si acabaran de suceder. Hay muchos amigos y también algunas ausencias, pero el clima es cordial y se recuerdan anécdotas sin solución de continuidad.

La historia narra unos acontecimientos concretos que se sucedieron en  tiempos en los que nada se tenía y se ponía pasión y alma para conseguir lo que ahora se está perdiendo poco a poco. Quizá algunas personas piensen que es mejor ceder algo, para poder conservar el resto.

Algo así como coger agua a puñados. No se obtiene prácticamente nada, pero siempre tienes la sensación de tener las manos mojadas. 

Si olvidamos nuestra historia la tendremos que repetir cien veces. Hasta que aprendamos la lección. Este libro intenta enseñar a los jóvenes que no hay que llorar jamás.


2 comentarios:

  1. Felicidades por la presentación de tu libro y por la tarde Toledana. Hace mucho que no voy a Toledo, me han dado ganas de ir. Gracias.

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    1. Menos mal que está muy cerca y parece que no cambia con el tiempo. Sigue con su magia y su duende.

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