“Resulta casual que, casualmente, pasen tantas casualidades” (Groucho
Marx en “Un día en las carreras”)
Tras la tormenta, el martes había
amanecido luminoso y claro. La sierra de Madrid, más allá de la cúpula de San Francisco el Grande, era una gigantesca montaña de nata y merengue.
Cogí mi cámara y me dispuse a perseguir a las pocas aves acuáticas que aún se
atreven a frecuentar las orillas del Manzanares.
Una orgullosa garza, ajena a la
majestad de su vuelo, un cormorán solitario, las siempre bulliciosas gaviotas, algunos
ánades y poco más.
De vuelta a casa, recibo una
llamada de auxilio. Alguien decidió el lunes recorrer las estribaciones del
Ocejón, en un sano interés por recrearse con los paisajes de Valverde de los
Arroyos. Inútil empeño. La nieve caída, la estrechez de la carretera y el poco
tránsito rodado de la zona, no ha despejado la calzada lo suficiente como para
que un Mustang Shelby pueda rodar con seguridad.
Deciden regresar hacia Majaelrayo,
para tomar un desvío con dirección al Hayedo de la Tejera Negra, precioso
paraje natural encerrado entre las cumbres del Pico del Lobo, Ayllón y el
referido Ocejón.
Encuentran alguna dificultad,
sobre todo en los tramos que dan al norte, con mayor cantidad de nieve
acumulada y deciden poner las cadenas textiles a sus ruedas de 285/35 de 19”. Un
breve respiro.
Breve, porque una de las bandas
desaparece en combate. Imposible subir ni bajar y, además, casualmente, ya no
hay cobertura. Tras unos momentos de recogimiento y meditación deciden iniciar
una excursión a pie hasta encontrar un punto en el que la tecnología celular de
última generación sirva para algo. Casualmente lo encuentran y consiguen
contactar con la Guardia Civil.
Una patrulla con sede en Hita
(sí, claro, la del arcipreste del buen amor, etc., etc.,) llega hasta ellos con
un Pathfinder. No pueden hacer nada. Mejor dicho, bastante hacen con no
despeñarse ellos mismos, ya que se detuvieron en una maniobra marcha atrás,
casualmente, contra el vallado de madera que hace las veces de quitamiedos. La
solución del millón es dejar el coche aparcadito en una explanada, dejándolo
caer marcha atrás hasta llegar al llano.
La Benemérita les deja en Humanes
y consiguen, casualmente, que un aguerrido miembro de la Hermandad (¿del caos?)
les pase a recoger. Fin de la cita.
La historia me resulta fascinante
y en breve acordamos que me pasará a buscar dentro de media hora con dos “hermanados”.
No hay tiempo que perder. Pongo la comida a Noa y su camiseta alpina. Cojo mis
propias cadenas (regalo de la VW) y salgo disparado a Repuestos Miguel y pido
cadenas de 285/35R19. Sólo las hay textiles (Lo mejor para la nieve, oiga),
pero no las recibirán hasta las 17:00. Nanay, así que me voy a Rally
Manzanares, que sé yo que son mucho más pijos. En efecto, tienen unas suecas que
son la repera limonera. Estos suecos sí que saben de nieve, oiga. 380€ del ala
y tan amigos.
Llega la Hermandad al rescate.
Metemos su coche en mi plaza de garaje, le doy el volante a Héctor y me pongo
de "copi" con Noa en las rodillas y su arnés de seguridad. Echamos
gasoil y compro cuatro sándwich variados
y cuatro cocas nominativas. Sito y Gabi no paran de bromear con el número de
piezas que le faltarán al Mustang cuando lo encontremos… si es que, casualmente,
todavía está allí. Pasamos la pequeña
Ciudad Encantada alcarreña, y el Ocejón parece una nevera con el congelador
abierto. Al fin accedemos al desvía a Riaza, unos metros antes de Majaelrayo y
un cartel alegre y rectangular indica: Quesera. Cerrado. Menos mal que no nos
gusta el queso.
Pero Héctor había accedido desde
el otro lado y allí no había ningún cartel. Casualmente hay poca nieve y la que
hay tiene dos grandes surcos (probablemente del Pathfinder de la Guardia Civil)
y el Eos no tiene ninguna dificultad en pasar. Solo hay más abundancia de nieve
en las laderas que dan al norte porque, casualmente, el sol no ha tenido ocasión
de asomarse lo suficiente.
A
eso de las tres divisamos el carro aparcado en la explanada en la que
ahora, casualmente, apenas hay nieve. Risas y jolgorio, traspaso de picos,
palas, azadones y cadenas. Nos volvemos a poner en marcha y al intentar subir
una de esas cuestecitas que dan al norte, el Shelby decide que ya ha hecho
mucho y se pone a patinar en la nieve medio helada. No pasa nada. Tenemos más
cadenas que el fantasma de Hamlet.
Una pieza necesaria para el
ajuste de las cadenas suecas resulta ser, casualmente, de 19, cuando debería
ser de 21. Total, las cadenas no se adaptan bien y se salen continuamente. Nada
que hacer. Y eso que se pulen con la pala unos cuantos metros de calzada, pero
nada de nada.
Se decide que Gabi y yo nos
acerquemos hasta Majaelrayo a buscar ayuda. Llamamos de vez en cuando con el
móvil para avisar al mundo mundial de nuestra situación, pero la cobertura es
más escasa que un puesto de trabajo.
Decidimos que si en el pueblo no
logramos ayuda, volveremos para “hacer camino” subiendo y bajando con las cadenas
del Eos las veces necesarias hasta que haya una senda transitable.
Una señora que pasea a un perrito
con el que Noa se pone a jugar nos ofrece cables de acero. La acompañamos hasta
su casa y el marido nos proporciona dos buenos rollos de acero, mosquetones y
una eslinga de 15 metros. Y si no podemos con ello, se ofrece a subir con su
Patrol. Hay muy buena gente todavía en este cochino mundo.
Cuando iniciamos el regreso, una
llamada de Luis nos informa, entre cortes, que, casualmente, han conseguido
subir la empinada cuesta. De modo que damos media vuelta y devolvemos el
material. Damos las gracias como trescientas veces y recibimos una nueva
llamada. Casualmente, se han vuelto a quedar en otra de las cuestas norteñas.
Ya no nos queda duda. Vamos allá
y abriremos camino subiendo y bajando con el coche, con la pala, con los
bastones de nieve o con las orejas, pero lo sacamos sí o sí.
En el último punto en el que
quedaba nieve abundante, divisamos sus luces. Están subiendo, lentamente, pero
subiendo. Se paran. Sube Sito. Que os apartéis todo lo que podáis, que si se
para igual no puede subir. Nos apartamos toooodo lo que podemos.
Nada. Niebla. Frío. Ladra Noa. De
pronto, un rugido retumba en las laderas del Ocejón. Los 500 caballos del
Mustang Shelby se ponen en marcha e inician una ascensión lenta, pero fina y
segura como una Evax. Han coronado. Quitan las cadenas, ya que, a partir de
este collado NO QUEDA NIEVE.
Jiji, jaja, ya verás cuando lo
contemos, etc., etc. Casualmente, ya hay cobertura. Se informa al mundo mundial
y seguimos tranquilamente rumbo a casa.
A todo esto, Héctor recibe una
llamada de La Guardia Civil. Han destacado un vehículo “todo terreno” desde
Riaza y la patrulla acaba de informarles de que, casualmente, el coche ya no
está.
Si es que son como niños. ¿Verdad, Groucho?
Fantástica crónica!!! Ya veo que tu destemple tenía argumentos :)))
ResponderEliminarEstos niños...
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