martes, 2 de diciembre de 2014

LA ESPÍA QUE ME AMÓ. (Bond, James Bond)

Curioso. Muy curioso.

En las películas clasificadas como de “serie negra” siempre está la inevitable “chica del  jefe” zascandileando por allí como si fuera un decorado dotado de movimiento.

Sí por alguna circunstancia hace algún comentario, suele ser ignorada por el “Boss” con un gesto condescendiente que viene a decir algo así como “Sí, ya sé que no debería estar aquí, pero ¿qué queréis? No le puedo negar nada

Los malos sonríen y se cruzan miraditas cómplices mientras “la chica del jefe” hace como que no se da cuenta de nada, que es lo que mejor sabe hacer.

Las importantes reuniones “de negocios” son una inmarcesible fuente de información que, en ocasiones, aprovechan las barraganas para poner en antecedentes al héroe de turno de los malvados planes de sus protectores y valedores. A Bond, James Bond, le pasa muchas veces. Demasiadas, quizá.

Curioso. Muy Curioso.

La mayoría de los testimonios de las personas que recuerdan haber visto a Fran en algún despacho oficial describen su comportamiento de un modo muy similar. Alguien que entra y sale de “escena” cuando le da la gana, que no participa en modo alguno de las deliberaciones, aunque posteriormente exija ciertas cantidades a alguno de los presentes para sacar adelante sus peticiones o demandas.

Si alguien se comporta así en mi despacho, en medio de reuniones de alto nivel, será exclusivamente porque yo se lo consiento. Y, si lo consiento, el uso (debido o indebido) que pueda hacer con la información que le llegue, será mi responsabilidad.

A Margaretha Geertruida, más conocida como Mata Hari, la fusilaron sus propios jefes por considerar que era, en realidad, una espía de los alemanes. Cierto que Las, Nico Las, no se puede (ni se debe) comparar con la madre de todas las espías, pero no deja de ser chocante que pretenda, como aquella en la Gran Guerra, ser la llave para la solución de los conflictos más inextricables del panorama español: El marrón de la Infanta, que actuaba con pleno desconocimiento enamorado y la consentida apología de la secesión que la República Autónoma de Cataluña lleva realizando desde hace años.

Se me ocurre que tiene que haber alguien con más preparación y más fuste que esta especie de “Anacleto, agente secreto”, de Manuel Vázquez Gallego, que pretendía negociar con “Manos Limpias” y los “Pujoles” una solución para tan graves problemas simplemente armado de su seráfica mirada y su sempiterna sonrisa.

Alguien le dejaba jugar a ser quién no era, y, con todo respeto, se lo consentía. Alguien le traía y llevaba. Alguien le pagaba caprichos, coches, casas de lujo. Alguien le proveía de carpetas “oficiales” con las que jugar al “blanco y en botella”. Alguien, que no tienen la menor intención de que conozcamos lo que el Gran Fran aportaba a la causa, a cambio de dejarle hacer como si fuera “la chica del jefe”.


Esos “alguien” son los que nos deberían preocupar. Ellos ya lo están, sin duda.

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