martes, 9 de junio de 2015

EL DÍA QUE APRENDÍ A FLOTAR


Estoy dando los retoques finales a mi última obra: “El día que aprendí a flotar”. Se trata de la historia de Alberto Arroyo Rovira, una persona en tratamiento psicológico por la depresión que le ha producido el fallecimiento de su esposa.

La situación, aparentemente controlada, pierde tan confortable estatus el día que se intenta suicidar. Por fortuna los servicios sanitarios llegan a tiempo para salvar su vida y ponerle bajo la supervisión de una psiquiatra.

Este nuevo contexto es el resultado del paulatino hundimiento del personaje y de su propia lucha por volver a flotar.

“Cuando estás muy hundido y consigues salir a flote te vuelves insumergible”, dice Alberto a sus amigos.

Os dejo con un fragmento de las últimas páginas.

Ese mismo año, en diciembre, la crisis que afectó a millones de personas y a miles de empresas de servicios obligó al Grupo Epistemos a una drástica reducción de plantilla. A Alberto le ofrecieron unas condiciones de prejubilación muy ventajosas, que no dudó en aceptar, y se encontró de repente con vacaciones pagadas por el Estado para el resto de su vida.

Un mes más tarde, en unas charlas organizadas por un grupo de parados de más de 40 años, una persona expresó en voz alta su deseo de acabar con los problemas colectivos e individuales, como puerta a la felicidad.

-         ¿Quién no tiene problemas? Que levante la mano.
Alberto no lo dudó y alzó su brazo derecho. Nadie más lo hizo. Las personas que estaban a su lado le dedicaron todo tipo de comentarios, algunos cargados de ironía.
-         ¿Tú no tienes problemas?
-      No. Porque cuando estás totalmente hundido y consigues salir a flote, te vuelves insumergible – respondió con firmeza.
-       Bueno eso es cierto, sí; pero algún problema económico, sentimental, familiar… no sé. Algo tendrás.
-      Nada en absoluto. Hay un proverbio chino que dice que “quien está ya mojado no teme a la lluvia”. Yo me siento literalmente así: Mojado, calado hasta el tuétano. De modo que, por más que llueva, no me va a afectar.
-      Eso está bien, cierto. Entonces ¿qué consejo darías a los que sí tienen problemas?
-     Yo no soy quién para dar consejos. No obstante les diría que cuando la tormenta es tan fuerte que te cala hasta los huesos y no queda ninguna molécula de tu cuerpo que no se asfixie con el agua, lo cierto es que ya no te puedes mojar más. Yo perdí a mi esposa, de 48 años, víctima de un fulminante cáncer de pulmón. Estuve nueve meses de tratamiento clínico por lo que psicólogos y psiquiatras denominan “duelo culpable”. Cuando conseguí salir del túnel y me dieron el alta, me prejubilaron. Ahora soy un hombre mojado y no temo a ninguna lluvia, por fuerte que sea. Más no me va a calar. Y miro a la vida a los ojos y la desafío a que pueda conmigo. De momento no lo ha conseguido, aunque ha estado muy cerca.


Hablar y decir bonitas palabras es relativamente sencillo. Lo difícil es afrontar cada situación con la serenidad necesaria para poder superarla, buscar alternativas, escribir un blog, publicar cuentos en autoedición, arriesgarse a mojarte un poco más con la certeza de que la lluvia ya nunca te puede dar miedo.

Aquí he escuchado que el mejor activo que poseemos somos nosotros mismos; pero inmediatamente detrás están las personas que pelean a nuestro lado aunque no las veamos; las que sufren, incluso sin que lo notemos y las que se alegran de corazón cuando nos ven esbozar una sonrisa. Por todas ellas también hay que dejarse mojar. Luego ya no tendremos temor a la lluvia.


Los fantasmas son solo fantasmas. Lo sé porque he hablado con ellos. He discutido, incluso. Y al final, resultó que se nutrían de mí; vivían de mí, de mis temores, de mis miedos; se alimentaban de mis dudas y de mis vacilaciones. Hasta que decidí que nunca más. Hoy puedo decir con orgullo que no me han vuelto a molestar”.

Y hasta aquí podéis leer. En breve informaré sobre su presentación en público.






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