Es un día cualquiera de invierno,
pero no en un lugar cualquiera. Estamos hablando de la capital del mundo, desde
donde se regían los destinos del mayor imperio conocido en la historia, en
cuyos dominios nunca se ponía el sol. Toledo.
Hoy es una ciudad que mira de
frente, atisbando con el rabillo del ojo un futuro cada vez más incierto, pero
que no olvida su esplendoroso pasado.
En cada casa o local hay un
aljibe árabe, o quizá romano, quién sabe, y se les saca todo el partido
posible. Son comedores en restaurantes o salón de actos en librerías, sala de
exposición en tiendas de espadería y damasquino o almacén, trastero, bodega,
etc., según cada necesidad.
Un viaje a Toledo puede empezar
por cualquier punto de su muralla exterior, ya que cada rincón tiene muchas
historias asociadas. En nuestro caso lo iniciamos rodeando la ciudad por el
valle, con parada obligada en la ermita, para contemplar el impresionante “belén”
que se despliega ante nuestros incrédulos
ojos hasta las orillas del tajo.
Desde el puente de Alcántara a la
derecha, hasta el de San Martín, a la izquierda, la ciudad queda congelada en
nuestras retinas como una increíble imagen panorámica, no por vista, menos
emotiva.
En el Parador, cerca de la roca
del rey moro desde la que el Grecopintó su famosa vista de la ciudad, hacemos una primer alto.
Las hadas madrinas
(Toya, Ana y Marina) han quedado son
Santi Braojos. Allí nos volvemos a
extasiar con la portentosa imagen de la
ciudad y salimos en busca de Pablo
Redondo, con el que hemos quedado para comer.
Descendemos entre cigarrales y
seguimos el curso del río, lentamente, para no perder ningún matiz de la ciudad
que nos contempla impasible desde el otro lado. El Alcázar, Seminario, la Catedral, Santo Tomé, San Juan de los Reyes, el
baño de la Cava, Puente de San Martín, cuya apuesta de terminarlo en una
noche perdió el mismísimo diablo por no contar con la astucia de la mujer del
arquitecto…
Estamos en el Paseo de Recaredo, junto a El Cardenal y la antigua Puerta de Bisagra. Entramos por el
acceso lateral de la nueva Puerta de
Bisagra, dejando la iglesia de Santiago
del Arrabal a nuestra derecha, con su orgullosa torre separada del edificio
principal.
La Puerta del Sol, centinela de la segunda muralla nos da la
bienvenida al Miradero. Caminamos
hasta el Cristo de la Luz, antigua capilla
visigótica reconvertida en mezquita en el 999 y de nuevo cristianizada en 1187,
tras la toma de Toledo y pasamos a los jardines de la Puerta del Sol.
Poco después, en los cobertizos
que acceden a la plaza de Santo Domingo, sólo se escucha el sonido de nuestros propios
pasos cruzando el túnel del tiempo. Vamos un poco retrasados, pero aún podemos
admirar a Simón, uno de los últimos
artesanos del damasquinado toledano
que nos hace una amable demostración de su incomparable maestría para dibujar sus
filigranas con hilo de oro puro en una superficie de acero pavonado.
Pablo está en Zocodover, el sitio en el que llevan
quedando los toledanos desde hace más de mil años, y no tardamos en dirigirnos
al lugar donde comeremos: Un aljibe subterráneo del restaurante La Cava.
Tras una agradable sobremesa, un
breve paseo nos sitúa en la entrada de la torre sur del Alcázar, donde un ascensor nos lleva hasta la biblioteca, situada
en el último piso. Tras admirar la privilegiada vista que se disfruta desde sus
ventanales subimos al torreón, donde se encuentra la cafetería.
Aquí hemos quedado con Guzmán, Ilva y Cristina, que no tardan
en aparecer. Nos queda un último recorrido por el Toledo olvidado, el que queda fuera de las rutas turísticas, así
que bajamos por la calle del Horno de los Bizcochos para fotografiar el
callejón del Toro, la iglesia de los
Santos Niños Justo y Pastor, subir
por el Colegio de Infantes, el Pozo Amargo y llegar hasta Santo Tomé para dar la vuelta hasta la
plaza en la que la Catedral se enfrenta al Ayuntamiento, como dos colosos de
piedra.
Una breve ascensión por la calle del Hombre de Palo nos lleva hasta la Librería Hojablanca, donde se presenta Llora como mujer, de Ángel Arribas.
No tarda en aparecer Héctor, que no trae su cámara porque
contaba con que yo traería la mía. Organización.
Poco a poco van llegando recuerdos
de hace 40 años que afloran espontáneos como si acabaran de suceder. Hay muchos
amigos y también algunas ausencias, pero el clima es cordial y se recuerdan
anécdotas sin solución de continuidad.
La historia narra unos acontecimientos
concretos que se sucedieron en tiempos
en los que nada se tenía y se ponía pasión y alma para conseguir lo que ahora
se está perdiendo poco a poco. Quizá algunas personas piensen que es mejor
ceder algo, para poder conservar el resto.
Algo así como coger agua a
puñados. No se obtiene prácticamente nada, pero siempre tienes la sensación de
tener las manos mojadas.
Si olvidamos nuestra historia la
tendremos que repetir cien veces. Hasta que aprendamos la lección. Este libro
intenta enseñar a los jóvenes que no hay que llorar jamás.
Felicidades por la presentación de tu libro y por la tarde Toledana. Hace mucho que no voy a Toledo, me han dado ganas de ir. Gracias.
ResponderEliminarMenos mal que está muy cerca y parece que no cambia con el tiempo. Sigue con su magia y su duende.
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