jueves, 25 de octubre de 2012

PIEDRAS

A algunos humanos jóvenes, y no tan jóvenes, les resulta muy divertido tirar piedras, a modo de proyectil, a los patos, ánades, cormoranes, gaviotas, garzas y todo tipo de aves que pueblan el majestuoso Manzanares.

No resulta muy entendible el motivo de su ira hacia unos seres que lejos de ser una amenaza para la privilegiada raza humana, divierten a niños, padres y abuelos con sus piruetas, zambullidas y acrobacias aéreas.

Uno de estos abuelos es especialmente crítico con los lanzadores de piedras y siempre reprende airadamente a todos los que sorprende probando su pésima puntería con la avifauna local.

En cierta ocasión reprendió a un adolescente, de unos 11 años, que rebuscaba piedras cada vez más grandes para molestar a una pata blanca que, por estar incubando, apenas se movía del mismo lugar. La señora que estaba a su lado y observaba la escena sin rechistar, se encaró con el abuelo Oiga, no regañe a mi hijo, que para eso estoy yo. Señora, repuso el abuelo, disculpe mi atrevimiento pero como no le decía nada, pensé que este gamberro  estaba sólo.

Cabe imaginar a esa madre indignada por la llamada de atención hacia su maleducado y consentido hijo y totalmente despreocupada por el miedo y daño infligido a la la pobre pata, a la que una de las piedras, por pura casualidad, había alcanzado en un costado.

Después de mucho reflexionar y de recorrer humedales a diario, he llegado a la humilde conclusión de que a los humanos, lo que de verdad les divierte, es tirar cosas al agua. En una laguna del sur se extraen al año unos veinte vehículos, la mayoría robados y utilizados para fines inconfesables, que se ocultan en sus profundidades para esconder las posibles evidencias.


En el cauce canalizado del sublime Manzanares, cada vez que se abren sus compuertas y desciende el nivel de sus aguas putrefactas, se pueden observar todo tipo de objetos: Bicicletas, extintores,  contenedores de basura y piedras, muchas piedras.



Y no me refiero a piedras de río, tan romas y suaves, los famosos cantos rodados, no. Hablo de bloques de piedra de más de cien kilos de peso, que algunos energúmenos arrancan de cuajo del pretil del río para dejarlas caer a su cauce, quién sabe con qué nobles propósitos.


Este lanzamiento de piedras no se corresponde con el afán de alcanzar a tal o cual ser vivo indefenso, más bien responde a un atávico afán por destruir lo que otros han hecho, no sin esfuerzo. Mira lo que hago con tus pétreas protecciones: al río van.




Esto, que podría parecer una gamberrada propia de titanes, en realidad no era tan difícil de lograr. Los bloques estaban en la práctica superpuestos, sin cohesión aparente y con un equilibrio bastante precario, ya que muchos de ellos se movían sólo con tocarlos. Mucha mala uva y poco mérito.

Recolocar cada bloque, sustituir los que no se pudieron aprovechar por roturas y desperfectos acaecidos en su caída, así como fijar con "loctite" toda la hilera del pretil debió de costar una gran cantidad de tiempo, esfuerzo y dinero, pero no cabe duda que mereció la pena: Ya sólo se siguen tirando piedras pequeñas, que caben en la mano de cualquier maleducado y que se pueden dirigir con poco acierto por fortuna, hacia las inocentes e indefensas criaturas acuáticas del humedal. 


En el fondo, los humanos siguen siendo cazadores primitivos.








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