Somos pasajeros
de un vehículo espacial llamado Tierra que sigue un rumbo errático y oscilante
entorno de una estrella llamada Sol, a la que acompañamos en su loca carrera
por la galaxia sin que nadie sepa a ciencia cierta de dónde partimos ni hacia dónde
vamos.
Esta nave está
poblada por una profusa variedad de seres vivos, animales y vegetales, y una
serie de recursos que presentan estados líquidos, sólidos o gaseosos. A todo
este entorno, la especie dominante, la raza humana, le ha asignado el pomposo
nombre de biodiversidad o diversidad
biológica.
Al mismo tiempo
han elevado a categoría de ciencia, con
el nombre de ecología al estudio del resto de seres vivos, su hábitat,
cuantía y distribución. De hecho, algunos humanos se han erigido en protectores
de los animales y se autodenominan ecologistas. Como consecuencia resulta
que hay muchos ecologistas pero muy
pocos ecólogos.
Por supuesto, la más estudia es la raza superior. Las
ciencias inmersas en el estudio de la conducta humana, que se enmarcan el la antropología global, son la Psicología, la Psiquiatría, la
Neurología y la Antropología Filosófica y en algún aspecto, la Biología. El
estudio de la conducta del resto de animales se llama etología. No hay
movimientos etologistas y desde luego, muy muy pocos etólogos.
Gracias a la etología,
los seres humanos se fascinan con la fidelidad, la nobleza, la solidaridad, el
respeto y la organización social de muchas especies… para luego no seguir sus
ejemplos.
Admiran que los
lobos se mantengan fieles a sus parejas, incluso en caso de fallecimiento, pero
consideran que la fidelidad es algo a "muy moral", pero que es más divertido ser
infiel.
Les parece muy
bien que los delfines sean generosos y solidarios, pero ellos rara vez lo son
con sus propios semejantes. Se llenan de fascinación con el hecho de que los
animales no maten a los de su propia especie (hay deshonoras excepciones), que
no sean rencorosos ni vengativos, pero el ser humano asesina y hace la vida imposible
a otros de su especie sin remordimiento alguno.
No obstante, como
están convencidos de que la biodiversidad
es imprescindible para mantener un mínimo de equilibrio y orden en la nave
espacial que han conquistado, se esfuerzan en “proteger” a sus compañeros de
viaje, más que nada para que los probables desajustes no les afecte demasiado
en un futuro incierto.
Llevados de este espíritu
conciliador, lo mismo reivindican ancestrales derechos de paso por viejas
cañadas reales, obligando a caminar a “sus
animales” por decenas de kilómetros de terreno asfaltado, en un ambiente
hostil, y contaminado por su propio “progreso industrial”, que rajan alevosamente las ruedas
de los vehículos de sus semejant , por el mero hecho de haber
obtenido una plaza de aparcamiento para minusválidos que los cobardes agresores
no están autorizados a utilizar.
Aprecian el valor, la casta, la
nobleza, la gracia, la inteligencia y la belleza de otras especies, pero no
dudan en torturarlos hasta la muerte en espectáculos taurinos, destruir su
naturaleza en exhibiciones circenses, recluirlos en minúsculos recintos acuáticos,
agotarlos en demostraciones ecuestres o darles “piadosa muerte” mediante la
llamada “industria peletera”.
En su afán por la justificación de sus propios actos, mitifican a los grandes
depredadores y ensalzan sus habilidades, y prefieren ser “halcones” antes que “palomas”;
se atribuyen las cualidades de escorpiones, águilas, linces, zorros, tigres,
panteras, leones… para justificar su violencia, sin considerar que estos “modelos”
tiene más valores y virtudes que su capacidad de matar, su agudeza visual, su
astucia, valor, fiereza, etc.
Los desfiles al
aire libre que reclaman los antiguos derechos de paso por las vías pecuarias quedan
olvidados a la hora de llevar a esos mismos animales al matadero. Entonces los amontonan
en condiciones insufribles y se transportan al sol o con lluvia en unas situaciones
de tal naturaleza, que cuando unos humanos han llevado a otros de forma
semejante, se horrorizan y comentan que los transportan “igual que al ganado”.
La etología también ha puesto de relieve algún
tipo de conducta casi “humana”. Hay una especie de hormigas que “pastorean”
pulgones para “ordeñarlos” y aprovecharse de su explotación. Con este ejemplo
si que se ha sentido plenamente identificada la raza humana.
Más conozco a lo
hombres, más quiero a las garzas.
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