Con esta frase, cuenta
Cervantes cómo Don Quijote, tratando de encontrar el supuesto Alcázar de
Dulcinea del Toboso, se encontró frente a la iglesia del lugar. De esta
sencilla expresión los intérpretes esotéricos de todo tipo que pululan por el
universo mundo deducen que quiso decir: Con la Iglesia hemos topado,
Sancho amigo.
Del diálogo siguiente entre
el señor de La Mancha y su socarrón escudero no se infiere crítica alguna a la
institución eclesial, pero eso ya no importa. Ponemos Iglesia en mayúscula,
cambiamos “dado” por “topado”, mucho más peyorativo y ya tenemos la cita
cervantina lista para ser demagógicamente divulgada como un toque de atención para
expresar los inconvenientes de mezclar a la iglesia en los asuntos propios.
También se usa para indicar la frustración causada por la intervención o la mera
existencia de esa institución. Hay quien va más lejos y lo
utiliza contra cualquier autoridad que suponga un obstáculo insuperable para sus
intenciones personales.
Es obvio que cuando Carlos Marx enunció en 1844 en su “Contribución a la Crítica de la Filosofía
del Derecho de Hegel” que “La
religión es el opio de los pueblos”, no había sido convenientemente
alertado de los riesgos de “topar con la Iglesia”.
Si en su “Manifiesto Comunista” de 1848 se
hubiera limitado a criticar al capital como gran esclavizador de los pueblos,
puede que hasta la propia Iglesia se hubiera puesto de parte de los débiles y
oprimidos, al menos en teoría.
Porque se puede razonar
todo, menos la fe. Y nadie tiene razones para rebatir la fe, al igual que la fe
carece de argumentos para razonar, y ni falta que le hace. Si se cree en algo, se
cree y punto.
Igualmente, todo intento de
combatir la fe (cualquiera de ellas) está abocada a fracasar. No hay nada más
inútil que los estériles debates entre agnósticos y ateos para que las personas
de fe renuncien a ella. “Yo soy ateo, por
la gracia de dios”, decía Santiago
Carrillo. Y añadía “y si estoy
equivocado, mejor para mí”
¿Pero qué es la Iglesia? Es
una institución que se considera a sí misma fundada por Jesús de Nazaret, cuya
misión es la de ser signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la
unidad de todo el género humano. Sus ministros son todos hombres y mantienen el
celibato como seña de identidad exclusiva.
A pesar de no poder casarse,
tienen doctrinas “ex catedra” muy peculiares sobre el matrimonio. Aunque no
pueden concebir ni dar a luz, opinan sobre la planificación familiar y el
aborto con una dureza inapelable. Y si alguien intenta un mínimo debate se expone
a escuchar que “esto es dogma de fe”.
Y punto.
En este resbaladizo terreno,
se hace buena la interpretación de la frase cervantina. Como las garzas somos
ovíparas, jamás podremos entender el comportamiento de los vivíparos. Pero eso
no nos faculta para criticarlo.
Mejor harían los santos
varones apoyando la decisión de cada mujer en cada caso, sea la que sea,
prestando todo el soporte y la ayuda necesaria para afrontar la resolución que
cada afectada elija, libre e informada de todas y cada una de las consecuencias
que se puedan derivar de su elección.
Para una mente tan simple
como la de las garzas, las cosas son o no son. Por eso no podemos entender,
aunque no lo criticamos, que una decisión puede ser legal hasta hoy, pero
mañana se convierte en un delito execrable.
Será cuestión de fe.
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